“Deberíamos preocuparnos por la calidad de lo que comemos”

“Deberíamos preocuparnos por la calidad de lo que comemos”

El director de Memoria del saqueo continúa con su serie de documentales y ahora se ocupa del modelo agrosojero que amenaza la salud de la población: “Hay muchas cosas que no sabe el común de la gente: va al verdulero y compra cosas que están todas envenenadas”.
 

Annur TV
Thursday 03 de May.

En el octavo film de la serie documental de Fernando “Pino” Solanas, Viaje a los pueblos fumigados, el director de La hora de los hornos profundiza en los severos problemas para el medio ambiente y los seres humanos que genera la utilización de los agrotóxicos como los herbicidas, pesticidas e insecticidas con que se fumigan parte de los campos argentinos. 

Filmada en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Salta, Chaco y Misiones, la nueva película de Solanas investiga las consecuencias sociales –no sólo ambientales– que dejó el modelo transgénico con esos agrotóxicos.

El film denuncia que en la Argentina actual para lograr mayor volumen exportador se producen granos, carnes, verduras y otros alimentos con sustancias químicas muy dañinas. Para poder concretar su investigación cinematográfica, Solanas contó con testimonios de ingenieros, productores, chacareros, maestros y directores de escuelas rurales, médicos, profesores universitarios, investigadores del Conicet y víctimas de las fumigaciones.

A través del contacto con la población afectada, el cineasta pudo comprobar el aumento de cánceres, diabetes y malformaciones de los embriones, entre otros graves problemas para la salud humana. Viaje a los pueblos fumigados está en las antípodas del documental televisivo porque tiene la marca identitaria del cine de Solanas, caracterizado por la fusión de géneros. El film se estrena el jueves 3 de mayo, tras una proyección especial que tuvo en la Berlinale, en febrero pasado.

“Era una asignatura pendiente que la venía postergando porque aparecieron otros temas con más urgencia. Acá hay secuencias que yo filmé en 2003”, cuenta Solanas en diálogo con PáginaI12. “Empecé esta obra con la idea de hacer una película larga, grande, una suerte de La hora de los hornos en cuanto al análisis y lo testimonial. Después, me fui dando cuenta de que eso iba a ser enorme, y no se iba a poder ver. Nadie soporta una película de más de una hora y cincuenta”, cuenta Solanas. Y explica la diferencia que tiene este tipo de cine con el comercial: “Estas son películas que exigen al espectador porque son de reflexión. No son de acción. Podés ver cinco horas de films de acción porque te llevan como una montaña rusa. Es causa y efecto, causa y efecto: no son películas para pensar sino para dejarse llevar. Y en ésta se dicen y se muestran cosas y se analiza lo que se ve y lo que se muestra. Es un cine más ligado al ejercicio de la lectura”.              

 

A finales del 2002, Solanas se dio cuenta de que tenía que pensar en varias películas. “Primero, fue Memoria del saqueo, con lo que pasó en los 90. En cuanto a cómo se defendieron las víctimas de los años 90 lo mostré en La dignidad de los nadies. Y así se fueron concatenando. La que estreno ahora se vino postergando, pero forma parte de una larga obra. El tema central son algunos aspectos de la crisis social de la Argentina contemporánea. Mejor dicho, lo que quedó después de las privatizaciones de los años 90, lo quedó después del saqueo monumental de los 90. Y lo que quedó es un bote a la deriva de la correntada”, plantea el director que en junio presentará una versión restaurada de La hora de los hornos en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, con motivo de cumplirse los cincuenta años de su estreno. 

–¿Qué fue lo que más le impactó al investigar la producción de alimentos con agrotóxicos?

–Lo que me llamó la atención es la desinformación de la población, porque la población sufre muchas enfermedades que cuesta diagnosticar. Vivimos en un mundo de una alta contaminación. Por ejemplo, en la ciudad de Buenos Aires vivimos con un smog altamente contaminante y es una ciudad que todavía no nos informa cuál es la tasa de contaminación del día. Las grandes ciudades del mundo marcan todos los días en sus noticieros y en sus diarios cuál es la tasa de smog y de contaminación. Dicen: “Mañana los autos impares no entran más a la ciudad”. Reducen a la mitad el parque automotor y toman medidas. Las aguas también tienen índices de contaminación. Si agarramos un vaso de agua y lo analizamos encontramos algunos problemas, pero la dosis es insignificante, se dice. El tema es que esta insignificancia junto a la que traen los alimentos, todo suma, y mucho. Lo más sorprendente es que no existen investigaciones públicas, programas de investigación en hospitales y en universidades sobre las consecuencias de la salud de la población de las fuentes de contaminación. Y esas fuentes de contaminación vienen por dos orígenes. Uno es que la industria química hace varias décadas comenzó a meterse en la industria alimentaria: conservantes, colorantes, saborizantes, etcétera. Después, la producción de vegetales, hortalizas, frutas, yerba mate, todo se hace con pesticidas, fungicidas y agrotóxicos. Algunos dirán: “Qué exagerado. No son agrotóxicos. Son agroquímicos”. Y otros dirán: “No son agroquímicos, son fitosanitarios”. Estas sustancias químicas son tóxicas, algunas en reducida medida, y otras, en gran medida.   

–¿El motivo del empleo de los agrotóxicos es que permite una mayor rentabilidad del negocio del agro o hay otros factores que intervienen?

–En el fondo de esto, está la búsqueda de los productores de una mayor eficiencia productiva. Eficiencia productiva quiere decir producir más cantidad a menor costo. Esa ecuación de producir en escala, reducir los costos y reducir la mano de obra ha llevado a este modelo. La siembra directa con la receta de la semilla transgénica que prospera si está rodeada de una batería de agrotóxicos o herbicidas eliminó el 90 por ciento de la gente en el campo. 

–¿Por qué no está prohibido el uso de glifosato en la Argentina si, de acuerdo a lo que se desprende del documental, está comprobado científicamente que produce malformaciones en los embriones, cánceres y retardos mentales, entre otros efectos?

–Este es el gran problema y por eso hacemos este documental. Si esto estuviera bajo control, a lo mejor no tendría mucho interés la película. Yo he buscado con estas películas colocar la lupa sobre algunos grandes temas sociales de la Argentina contemporánea, no sólo para dar testimonio sino para abrir el debate. Ninguna película tiene la posibilidad de tratar a fondo un tema. Lo puede tratar un libro o una investigación, pero la película tiene la ventaja de que es un campanazo fuerte que te abre la ventana hacia un paisaje desconocido. La gente debería empezar a preocuparse de cómo se producen los alimentos que come. Y no ir y comprar en el supermercado esa verdura sino buscar algunos de los negocios que venden verdura orgánica; digamos, agricultura ecológica. En general, la exigencia del hombre y la mujer contemporáneos es tal que comenzaron a delegar en los fabricantes de alimentos la calidad, con qué y de qué manera se producen los alimentos. Nadie sabe cómo se producen. “Esta marca es importante. Yo confío que esta marca está colocando lo mejor”, piensa la gente. La realidad es muy otra. El gerente de la gran empresa o la multinacional que produce tiene como objetivo cumplir con la pauta que la dirección de arriba le ha marcado: pauta de producción, pauta de insumo, pauta de costos. Su rol no es cuidar la salud de la población. 

–Igual, el debate no es sólo si está prohibido o no porque usted señaló que el Endosulfán está prohibido en la Argentina desde 2013 y, sin embargo, esa prohibición se vulnera. ¿Fallan los controles?

–Totalmente. Yo diría que en la Argentina prácticamente los controles son mínimos. Acá no se controla casi nada. Una cosa es el verso y otra cosa es la realidad. Tomemos el caso de la verdura: llega a los mercados concentradores de madrugada. Y se vende dos horas después y no queda nada. A las 5 de la mañana están los verduleros eligiéndola. A las 7, la instalan en sus locales. Y a las 7.30, 8 están vendiendo la verdura. No se puede controlar. La única manera de hacerlo es controlar la fuente de producción. Cuando ves al Senasa con un presupuesto paupérrimo, ¿qué puede controlar el Senasa? No hay control. Lo único que le importa al productor, que está semiquebrado, es que no lo desalojen, poder pagar la factura de luz que si no se la cortan. “Yo estoy compitiendo y si tengo que rociar dos veces a los pimientos o a los tomates para que no tengan ninguna pinta lo hago”. Estás vendiendo tomates que son “perfectos” y acá el cliente, el consumidor compra por los ojos. Compra lo que no tiene ninguna pinta, lo que es igualito, lo que es perfectito. No compra por el gusto. Y los  “perfectitos” son lo que están más formateados químicamente y controlados químicamente. Una ensalada que presuntamente es el plato más sano y liviano para comer tiene de diez a veinticinco fungicidas y plaguicidas.

–¿Por qué la población argentina no es consciente de este grave problema? ¿Tiene que ver con las máscaras publicitarias de los alimentos?

–Por supuesto. Todo es publicidad. Compran la mayor parte en el supermercado. Hay una gran incultura. Esto no lo sabe la población: va al verdulero y compra cosas que están todas envenenadas. Tampoco hay una cultura defensiva, que sería lavar bien la verdura que comprás. La podés lavar con lavandina, con bicarbonato de sodio, otros le ponen mucho vinagre, la dejan en remojo. Todo eso mata lo que está afuera, lo que es exterior. Pero lo que es interior a la planta, no lo mata. Y como esa planta creció con toda esta batería de elementos, eso está en su estructura. Como todo esto es nuevo y como estas cosas emergen con el tiempo, los daños ambientales o los daños de la contaminación en la infección son con el tiempo. Yo me tomo un vaso de agua. Si es aislado es una cosa. Si durante 365 días tomo agua que tiene determinado metal pesado o una dosis de arsénico –que es lo común en el agua– superior, al final de uno o dos años me hizo un agujerito adentro. Si vas a un médico, en quince minutos te despacha. Estas son enfermedades y daños nuevos en la salud. 

–¿Cree que es posible modificar el modelo agrario actual que destruyó los bosques?

–Por supuesto. No hay solución de un día para el otro, pero hay solución. Va a llevar tiempo. Por ejemplo, el modelo agroindustrial que va desde la semilla transgénica para producir en gran escala, se siembra y luego con el empleo de los agrotóxicos, es un combo. No se puede salir de un día para el otro porque esa renta, esa producción del campo, de alguna manera lo financia en buena parte el Tesoro Nacional. Tampoco podés desfinanciar el Estado de un día para el otro. Por supuesto que con decisión política, seguida de planificación y si se compensa lo que vas sacando, se puede. Todo es complejo para que lo pueda explicar en este momento, pero hay posibilidades. Por ejemplo, hay producción orgánica en la Argentina agroecológica. Toda la soja orgánica que se cultiva se exporta. Te la sacan de las manos porque hay un consumidor en el norte europeo que no quiere el cereal transgénico, quiere el orgánico. No le importa pagar un poquito más. 

–¿Cómo notó que importa este tema en Europa a partir de haber presentado la película en la Berlinale?

–La película llegó a la Berlinale en un momento crucial. Pocas semanas antes había culminado un gran debate que llevó todo el año pasado: si se iba a prorrogar la autorización de utilizar glifosato en Europa. Fue un gran debate. Finalmente, ese debate se decidió en Alemania, se perdió por un voto, pero semanas o meses después que la Bayer había comprado Monsanto. Es un gran debate. Hoy en día, se utilizan los pesticidas en todos los países agrícolas. Lo más interesante que yo creo que muestra esta película es que revela lo que no se ve. ¿Qué es lo que no se ve? Lo que no se ve y se oculta son las consecuencias negativas que tiene el modelo en lo social. Apuntemos ahí el éxodo rural, la migración espectacular que ha habido hacia las ciudades o pueblos. Hoy hay una agricultura sin agricultores. Las otras son las consecuencias en el suelo porque esta pampa de la tierra negra, la famosa pampa argentina está llena de bichos, lombrices y bacterias que son la riqueza del suelo y hacen que el suelo tenga vida. El suelo no es roca inerte. La vida se la da todo ese mundo de bacterias y en la naturaleza todo tiene un rol. De la misma manera que el puma come al cabrito o a alguna otra especie porque si no sería plaga. Los ciclos de la naturaleza son trágicos, pero al mismo tiempo sabios. Se han generado a través de miles de años. Y todo tiene un sentido en la naturaleza. Entonces, el suelo ha sido severamente castigado con los agrotóxicos. Son suelos muertos. Matan todo y para darle vida ahí van los herbicidas, el fósforo y todo lo que se le coloca para darle fertilidad al suelo. Pero lo más trágico es el daño a la salud de la población. Y esos daños no se verifican en el momento, como tampoco uno se da cuenta de qué daño se le hizo al suelo en unos meses o en un año. 

 

Pagina12


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