Detrás de la fachada...

Las sombras del emprendedorismo: precarización laboral, relatos ficticios y autoexplotación

Las sombras del emprendedorismo: precarización laboral, relatos ficticios y autoexplotación

Por Franco Spinetta para Almagro Revista  /  Ilustración: Lucía Ponteville

De la noche a la mañana, las incubadoras de proyectos, las charlas TED, los sitios web especializados, las historias de éxito y el discurso institucional y político comenzaron a moldear la figura estrella del emprendedor alrededor de un imaginario de libertad (económica), sagacidad, creatividad, valentía y, sobre todo, una autoexplotación solapada en el maquillaje del “mundo feliz” de las redes sociales.

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Tuesday 07 de Aug.

Antonio Santos Ortega, doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, profesor de sociología del trabajo y Métodos Avanzados de Investigación en Ciencias del Trabajo en la Universidad de Valencia, se dedicó a estudiar y profundizar sobre el origen del emprendedorismo que, según su mirada, está cambiando radicalmente las relaciones laborales y poniendo en riesgo los derechos básicos de los trabajadores.

El emprendedorismo, dice Santos Ortega, se ofrece como “superador de todas las desigualdades estructurales que han caracterizado a las sociedades capitalistas y esto tiene mucho de farsa terrible cuando la mayoría de los parias de la tierra despierta del sueño emprendedor y se da de bruces con la realidad”. Una apreciación que, si en el primer mundo puede sonar a una advertencia, en la Argentina precarizada y (nuevamente) neoliberal puede resultar un vaticinio apocalíptico sobre la psiquis de la clase media aspiracional.

—Es decir, muy de la mano con la instauración de los regímenes neoliberales como doctrina de occidente…

—En 1985, Ronald Reagan, lejos de las pantallas de cine, publicó un artículo en una revista especializada en ciencias de gestión con el título de Why this is an entrepreneurial age. En el texto, el sintagma -entrepreneurial age- trata de bautizar la época que se vivía, con un auge de las tecnologías y una irrefrenable y flamante empresa. A la “era emprendedora”, se le uniría en esos mismos años otro sintagma -Enterprise Culture- muy difundido desde los círculos empresariales del Reino Unido. “Cultura de Empresa”, unía dos palabras aparentemente alejadas y sugería que el propósito de la empresa no se ceñía sólo a la esfera de la economía, sino a un ámbito más amplio. Estas dos referencias podrían ser representativas del giro neoliberal que en esos años se produce en los dos países citados y que se expande a gran velocidad por el resto del mundo. Este giro es el caldo de cultivo en el que va a cuajar la revolución emprendedora que desde entonces se vive y que llega a nuestros días bien alimentada y en crecimiento constante.

—¿Por qué tiene tanto éxito esta idea, sobre todo entre los jóvenes? ¿Cómo y bajo qué ideales se transmitió esta nueva figura?

—Los valores y las aptitudes del emprendedor han sido frecuentemente identificadas con la juventud. La tecnología, las nuevas cualificaciones, el riesgo, el cambio, la creatividad parecen asociarse con el hecho de ser joven. Más allá de lo discutible de esta asociación, es además interesada y concuerda con los intereses del campo ideológico de la empresa. El nuevo management, desde la década de los noventa, ha ensalzado lo joven porque odia lo viejo ya que representa la estabilidad y la rigidez, frente a la juventud que representa la flexibilidad. Tom Peters, uno de los gurús del mundo empresarial, lo resume con un chiste: “¿Por qué los padres preguntan a los hijos qué van a ser de mayor? Porque buscan ideas”.

El interés fundamental del dispositivo emprendedor es extender la lógica del capital humano, que es uno de sus elementos clave. Las representaciones del trabajo que subyacen en dicho dispositivo delinean un nuevo tipo de trabajador ideal, que se proyecta sobre todo para las jóvenes generaciones. Los rasgos que lo caracterizan serían acumular habilidades para integrar la flexibilidad actual del mercado de trabajo, adaptarse a las situaciones más diversas; saber trabajar en equipo con diferentes profesionales; ser capaz de trabajar con espíritu empresarial; ser apasionado en el trabajo, no medir el tiempo, ser móvil, saber comunicarse y conectarse a través de redes; responsabilizarse de su carrera y crearse una reputación atractiva, tener la apertura necesaria para lidiar con lo nuevo, demostrar creatividad, autonomía y autocontrol; saber administrar personalmente el trabajo, la “carrera”; ser ágil y reactivo; trabajar por proyecto, crear sus propias oportunidades de trabajo, tomar riesgos.

—Ser un empresario de sí mismo…

—El arquetipo resultante coincide, sin duda, con el perfil de un empresario de sí mismo. Entre los jóvenes universitarios, esta visión es hoy hegemónica. No es que se acepte sin más. Existen algunas resistencias y, sobre todo, mucha perplejidad entre los jóvenes. Si se consultan los sondeos, lo que ellos desean, prioritariamente, es seguridad en el trabajo y buenos salarios. Por tanto, aspiraciones poco emprendedoras. Sin embargo, a fuerza de una propaganda insistente de la figura del emprendedor y a falta de respuestas que provengan de otra matriz ideológica, los jóvenes tratan de ajustarse a las promesas emprendedoras, a veces, incluso las celebran. Estas promesas, apoyadas por un continuo storytelling, persuasivo y difícil de esquivar, acaban captando a los jóvenes y convenciéndolos de que tienen que convertirse en emprendedores.

—¿Cuál es el impacto en el mercado del trabajo?

—Este contexto maximiza el poder material y simbólico del empresario a la hora de contratar y exigir todo lo anterior a los jóvenes y propicia la creación de una bolsa de explotación que se intensifica en los años iniciales de acercamiento de los jóvenes al mercado de trabajo. Sociólogos y economistas han investigado sobre el trabajo gratuito, Free labor, Hope labor, desgraciadamente, muy difundido entre los jóvenes.

La promesa es un capital (en manos de la empresa) que aunque sea ficticio, activa una mano de obra real, que trabaja gratis y a la que, generalmente, le es negado el valor y el carácter productivo. Estos programas de prácticas alimentan un círculo vicioso en el que la mayoría de jóvenes no alcanzan el ansiado empleo, pues las empresas encuentran el incentivo del trabajo que les sale gratis, pero explotan la idea de la promesa de una situación mejor en el futuro. Esto normaliza el trabajo gratuito que pasa a convertirse en un rasgo de cualificación y de cuidado del capital humano y que acredita a quien lo acepta como alguien dispuesto a asumir riesgos. Generalizado para todos, el trabajo gratuito impulsa una espiral competitiva a la baja en la que los jóvenes se autoexplotan más y más, lo que refuerza, de nuevo, la lógica del trabajo gratuito.

—¿No hay reacción de la juventud?

—Si consideramos la juventud actual de las sociedades occidentales en general, hoy no se puede decir que sea vanguardia de cambios revolucionarios. Coincidiendo con las ideas de Mark Fisher, para la mayor parte de quienes tienen ahora 30 años, la inexistencia de alternativas al capitalismo ya no es un problema. El capitalismo ocupa para ellos, sin fisuras, el horizonte de lo pensable. Son fruto de su tiempo. Esta es la disposición de los jóvenes del milenio. Habrá que esperar a ver hasta donde alcanza su paciencia para soportar estas promesas incompletas del relato emprendedor para hablar de nuevas revoluciones.

—¿Podemos hablar de la “farsa” del emprendedorismo?

—El discurso emprendedor tiene mucho de teatral, con golpes de efecto, lenguaje declamatorio y dado a la metáfora exagerada, guiado por el storytelling y la anécdota. El estilo de la retórica empresarial es muy teatral: utiliza como géneros privilegiados el diálogo, la parábola o las historias de éxito empresarial, donde hombres de empresa dan testimonio y relatan su experiencia dialogando, dirigiéndose directamente a los lectores. Estos retratos, a la manera de una galería de celebridades, de personajes, escenifican apologéticamente la fe empresarial y ofrecen una guía del éxito, paso a paso, que refuerza y motiva a sus admiradores. En la agenda emprendedora, siempre figurará una charla TED, la escenificación de una demo empresarial, el golpe de efecto de un pitch elevator donde vendes tu idea en un minuto. Resulta difícil no dejarse persuadir por esta magnífica escenificación optimista de la vida de las success stories, tanto las de épicos empresarios clásicos, como las más actuales de los emprendedores de startup, arrebatadoramente cool e inspiradoras.

Desde este punto de vista, el emprendedor necesita además comportarse estratégicamente como un farsante para obtener financiación y reputación. En el universo de las startup es más importante lo que se aparenta ser que lo que se es. Se valora el potencial y lo prometedor, el potencial de una idea. En su último libro, Michel Feher ha conectado la lógica hegemónica actual de los mercados financieros con esta necesidad del sujeto emprendedor de aparentar, “apreciarse”, acreditarse. La serie televisiva Silicon Valley -una estupenda farsa- muestra bien esta necesidad de aparentar de las startup, de presentarse seductoramente en escena, tras la cual hay una turbia realidad de promesas incumplidas, vacío ético y enfermedad mental. Por tanto, no es exagerado comparar la figura del emprendedor con la farsa, el teatro, la apariencia, el personaje. Esta es la faceta más popular y visible del emprendedor hoy.

El discurso emprendedor se ofrece como superador de la raza, el género, las incapacidades físicas, los males ecológicos… se ofrece como superador de todas las desigualdades estructurales que han caracterizado a las sociedades capitalistas y esto tiene mucho de farsa terrible cuando la mayoría de los parias de la tierra despierta del sueño emprendedor y se da de bruces con la realidad.

—Habla de la juventud como prácticamente entregada a los designios del capitalismo en su faceta de pontificación del emprendedorismo. ¿No hay ninguna luz que alumbre algún otro camino? ¿Cuál cree que es el límite a esto? ¿Sólo una debacle?

—Sería deseable poder proponer una lectura esperanzadora sobre la juventud, pero es difícil en estos momentos. El mundo adulto se estructura hoy hegemónicamente sobre la base de una business ontology, donde casi todo está plegado a interpretar la realidad como un sistema empresarial y los objetivos que cuentan principalmente son los traducibles en términos de negocio. En el capitalismo occidental, esta ontología empresarial se dirige con especial intensidad a los jóvenes, sobre todo universitarios, entre quienes el modelo de capital humano se ha instalado hoy como manera predominante de representar el trabajo. El empresario de sí mismo se ha hecho hegemónico, les guste más o menos a los jóvenes, se lo crean o no, compartan su retórica, hoy es un dato. Las evoluciones laborales del trabajo digital, freelance, van a ir creciendo y son el contexto en el cual se van a mover los jóvenes universitarios. Es ahí donde les vamos a ver madurar, no sé si como mera generación que se adapta a la precariedad laboral que trae el trabajo emprendedor o como clase obrera del capital humano que lucha contra dicha precariedad. Conforme esta se acentúe es previsible que asistamos a cambios, cambios probablemente lentos.

Santos Ortega se detiene un momento para explicar la tesis de Feher sobre la definición de trabajo que se expandió durante la revolución industrial, es decir, la del trabajo asalariado. “Esta era básicamente la manera de representar el trabajo que interesaba a la burguesía industrial de la época y que consiguió convertirla en hegemónica, como ahora está ocurriendo con esta variante del trabajo entendido como capital humano”, señala. Esta forma de entender el trabajo, durante la revolución industrial, supuso un largo período de malas condiciones de vida, en el que los proletarios de la época malvivieron y tuvieron que adaptarse a una concepción del trabajo que no era la suya. “Feher estudia cómo paulatinamente, los proletarios se fueron adecuando y creando modos de afrontación-negociación para paliar los costes del modelo, fueron creando con el tiempo instituciones nuevas, sindicatos, negociación laboral, sistemas de protección social y Estado del bienestar. Tardaron décadas”, advierte.

—¿Cree que sucederá algo similar con el tiempo? 

—Yo creo que sí. Está surgiendo una nueva conceptualización del trabajo -es este modelo de capital humano-emprendedor-, con cambios relevantes respecto al modelo de trabajo asalariado. Se está erosionando el marco institucional de este (Estado, norma de empleo, régimen de acumulación) y el modelo del capital humano ya está creando una situación de penuria, precariedad e incertidumbre (trabajo por proyectos, trabajo independiente, subcontrataciones, salarios bajos, trabajo gratuito) y un vacío de derechos, que, por ahora, no encuentra resistencias porque todavía falta por formular la pregunta de cómo imaginamos formas de derechos y de contestación contra los males que trae el modelo de trabajo basado en el capital humano. Yo diría que es esta pregunta la que tiene que hacerse la juventud, pero aún está por llegar y verá la luz conforme cuajen los males del modelo precarizador del capital humano. Hoy por hoy, a mi modo de ver, las perspectivas no son halagüeñas. La capacidad de negociación de los jóvenes actuales es baja y además se han socializado en los últimos treinta años, en un contexto de mucha amnesia, y esto dificulta cualquier narrativa coherente del futuro y les condena a estar empantanados en un presente donde hoy manda la precariedad del capital humano.

—El discurso del emprendedor suele ser divulgado por los representantes del neoliberalismo. ¿Es una forma de quitarle responsabilidad al Estado de sus obligaciones? ¿O es una fe ciega en el mercado?

—Es una combinación de ambas. Depende de la facción neoliberal que tenga más peso en cada país. Puede darse el caso de que haya un predominio de un enfoque más antiestatista, más propio del marco anglosajón, donde se ensalce más el protagonismo del hombre hecho a sí mismo o del innovador o, por el contrario, puede suceder que el Estado tenga más papel y se le interprete como partner en el hecho emprendedor, más propio del marco europeo.

—¿Hay alguna diferencia en la prédica que se esparce en los países desarrollados y en el resto del mundo?

-La tarea de apostolado y difusión del emprendedor es universal. Vivimos un Silicon Valley globalizado, exportado hasta el último rincón del planeta. Incluso a los lugares más exóticos. Tenemos el Silicon Wadi en Israel; el Dubai Silicon Oasis; el denominado Silicon Valley de India -Bangalore-, donde se ha creado recientemente una universidad llamada Silicon City College; el Silicon Delta en el distrito de Guangdong en China o el Silicon Gulf en Filipinas. No solo encontramos estos clones emprendedores en los lugares más exóticos, en el primer mundo podríamos visitar el Silicon Fen, cerca de Cambridge, el Silicon Bog en Dublín o el Tetuán Valley o Chamberí Valley en Madrid. París, Moscú, Berlín pugnan por ser la Silicon Valley europea. Incluso vuestros vecinos chilenos tienen el Chilecon Valley. Si visitamos las webs de todos estos lugares encontramos el mismo discurso emprendedor que homogeneiza, borra incluso las peculiaridades culturales de los diferentes territorios. Evidentemente, hay una gran diferencia entre estas diferentes realidades territoriales y en los medios con los que cuentan, pero todas comulgan con el discurso emprendedor-innovador. En realidad poco innovador en cuanto a las denominaciones… Como planteas en tu pregunta, esta internacionalización de la figura del emprendedor oculta realidades muy diferentes.

Querer convertir el rebusque en un hecho emprendedor no solo es cruel, es también una temeridad porque es bien sabido que, para que funcionen las empresas innovadoras, hacen falta muchos factores: recursos familiares, formativos, trayectorias personales marcadas por cercanía al mundo de los negocios, “ecosistemas” técnicos y generadores de ventajas competitivas, financiación de riesgo, etcétera. Querer trasplantar el modelo emprendedor a un lugar sin estas garantías es casi imposible o te condena a jugar un juego en el que siempre ganan los grandes, que son los que han fijado las reglas, o solamente se generan algunos ejemplos de éxito, que se utilizan sistemáticamente para hacer una propaganda exagerada y engañosa acerca de las posibilidades de triunfar por esta vía. La senda emprendedora está llena de fracasos, por eso el discurso emprendedor ha positivizado el fracaso y ha aupado al serial entrepreneur como un modelo de emprendedor sobresaliente.

—Aquí se lo escucha mucho al presidente Mauricio Macri diciendo “yo los voy a ayudar a que ustedes encuentren su camino para ser felices” y sus ministros hablan de “aprender a vivir en la incertidumbre”, mientras han llegado a proponer a los desempleados que emprendan con las cervezas artesanales o como pilotos de drones. Entonces, ¿es un mito el de que todos pueden emprender?

-Sí. La neoliberalización de las políticas de empleo en los últimos 25 años en todo el mundo capitalista ha tenido una medida estrella que es la activación emprendedora, en la que se invoca al empresario como la figura ideal que enseña el camino hacia la riqueza y el bienestar. Este planteamiento se exporta a todo el mundo desde Estados Unidos. Thomas Frank denomina a esta invocación a la figura del empresario, como creador de riqueza, hombre hecho a sí mismo, héroe, mártir e innovador, que tanto se da en Estados Unidos, con la divertida denominación de “capitalismo utópico”. Y es verdaderamente utópico porque salvo algunos privilegiados, la mayoría no alcanza este paraíso que promete el mundo de la empresa. La mortalidad de empresas en los primeros años de vida es elevadísma. Sin embargo, se pone a todos estos colectivos a pensar y a vivir como empresarios, se consigue difundir estos modos de comportamiento y crear estas subjetividades emprendedoras. Cuando en realidad no son más que empresarios a la fuerza, por necesidad, empresarios de superviviencia que atienden las necesidades de flexibilidad y de externalizar riesgos de las empresas de verdad. Estas consiguen sus recursos de mano de obra no ya a través del trabajo asalariado dependiente, sino a través de una abundante oferta de trabajadores por cuenta propia, autónomos, que se comportan como empresa. Asumen sus riesgos, se hacen cargo de costes que antes del gran proceso de externalización los pagaban las empresas y, por ello, ahora son baratos. Las empresas pueden contratar los servicios que ofrecen estos autónomos a través del trabajo por proyecto sin necesidad de afrontar costes de despido o de seguridad social. En realidad, el triunfo actual del mundo de la empresa es haber privatizado las nuevas formas de la fuerza de trabajo liberándose de los costes normativos y fiscales. Miles de autónomos que trabajan para ellas sin tener más que pagarles el coste de un servicio. Con ello, se ha roto el carácter social del trabajo que identificaba a la norma de empleo fordista del trabajador asalariado sujeto a garantías sociales. El trabajo es así cada vez más un hecho individual, no social.

Por Franco Spinetta para Almagro Revista


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