Ningún viajero del tiempo puede adivinar el profundo asombro que le sobrevendrá cuando recorra la historia de la urbanización de las ciudades islámicas. Los musulmanes conocieron el concepto de “ciudad” a una edad muy temprana, con el inicio de la migración del Profeta Muhammad, y entendieron cómo se debía construir el bloque básico para el establecimiento de un gran estado central que se mueve a una velocidad vertiginosa, floreciente y civilizada.
La ciudad islámica es un espacio donde la urbanización, la perfección y lo humano se emplean de una manera estética y recíproca a la vez, teniendo como eje central la mezquita, que se erige como un faro que domina la ciudad e inspira el movimiento de sus residentes.
El Islam busca que la urbanización consolide el principio de hermandad y solidaridad. A modo de ejemplo, Madina, la ciudad del Profeta, antes de la migración estaba dividida en barrios residenciales separados entre sí y prácticamente sin comunicación entre ellos. Existían barrios para las distintas tribus de la ciudad, también barrios para los judíos y barrios para los recién instalados.
El Profeta Muhammad dispuso unir dichos barrios de manera tal que las conexiones entre ellos fueran fluidas y fructíferas para que la gente pudiera interactuar entre sí, consolidando el concepto “vecinos unidos en espacios comunes”.
Se construyeron instalaciones públicas educativas, de salud, de socorro, y se puso mucho empeño en redes viales y sus diversos servicios. Entre los servicios de la calle se encontraba el alumbrado. La iluminación era de varias fuentes y tipos, incluyendo velas, antorchas, faroles pequeños y grandes, y lámparas de vidrio de colores. Las casas estaban provistas de medios de iluminación que colgaban de sus balcones, su fuerza y densidad eran suficientes para que sus luces inundaran las calles.
Las instalaciones deportivas también se hicieron presentes. El estadio Verde de Damascos y la plaza Mayor de Bagdad reunían todos los años a competidores de diversas actividades como las carreras de caballos, camellos, la esgrima y otras tantas.
La ciencia sólo abunda donde abunda la urbanización y florece la civilización, porque el aprendizaje del saber no es más que la historia misma.