Ante nuestros ojos se lleva a cabo el genocidio del pueblo palestino por parte del Estado sionista de Israel, con su cortejo de muerte, destrucción y desolación, y con la participación directa del “mundo libre y civilizado”, encabezado por Estados Unidos y seguido por la Unión Europea.
De ese genocidio tenemos macabras noticias a diario, porque este es el primer acontecimiento de estas dimensiones que es grabado y transmitido por los propios seres humanos que son masacrados y no por falsimedia mundial que, obviamente, opera a favor de los lobbys sionistas de occidente y pretende legitimar los crímenes de Israel a nombre de su pretendido derecho a la autodefensa.
Junto al genocidio, Israel es responsable de un infanticidio premeditado, con el fin de exterminar a los niños ‒modernizando el mito bíblico de Herodes, que buscaba eliminar a todos los infantes de Belén para matar a Jesús‒, lo cual se rubrica con la muerte de 10.000 niños palestinos hasta el momento de la actual escalada genocida. También es responsable de un memoricidio, para erradicar la historia de los palestinos y vaciar el paisaje humano de las tierras robadas y ocupadas.
Hay otros genocidios que se están realizando y de los que poco se habla: los de la tierra, el agua, el medio ambiente y el clima. Y señalarlos no es ninguna exageración, es una brutal realidad.
En efecto, los bombardeos indiscriminados que realiza Israel destruyen todo lo que encuentran a su paso, seres humanos, seres vivos, arrasan con las fuentes de agua y las contaminan, siembran en la tierra, por décadas o siglos, elementos químicos contaminantes (entre ellos el fosforo blanco y el gas mostaza) que impiden la regeneración natural del suelo.
A la par existe una política ecocida planificada por parte de Israel, en la que se conjugan como aniquiladores complementarios las fuerzas armadas y los colonos invasores, encaminada a destruir las fuentes de subsistencia de los palestinos. Desde 1967 se ha procedido a arrasar con los olivares, cultivo milenario de la región y símbolo que identifica al pueblo palestino, los cultivos de subsistencia (higos, almendros, árboles frutales), los árboles nativos (robles, algarrobos y espinos) y matar a los animales domésticos (cabras, ovejas, caballos, burros…) que producen carne y leche o sirven como elemento de carga.
Israel como parte del arrasamiento de la historia y cultura palestina ha procedido a cambiar el paisaje mediante la depredación de la fauna y vegetación local y la siembra de pinos europeos, que les resultan familiares. Esto reduce la biodiversidad y genera incendios porque esos pinos secan la cobertura vegetal y producen resinas de fácil combustión. Esos incendios son más frecuentes debido al aumento de las temperaturas y las constantes olas de calor en el Mediterráneo.
Otro componente del ecocidio sionista (hidrocidio) se sustenta en la apropiación de las aguas de la tierra palestina, junto con su contaminación, lo cual genera un apartheid hídrico. Esto se ve agravado ahora mismo por los bombardeos criminales que han contaminado las pocas aguas que le quedaban a los palestinos, ha destruido sus acueductos y, al dejarlos sin electricidad ni combustible, impide el funcionamiento de las plantas de tratamiento de aguas residuales, y esto obliga a la población a consumir aguas pestilentes o salinas, procedentes del mar. Esto produce ese genocidio sanitario, del que poco se habla, con la generalización de epidemias estomacales, sobre todo de niños, por diarrea y desnutrición, que aumenta la enfermedad y la muerte. De la misma manera, esas carencias tienen un efecto sanitario e higiénico porque la escaza agua de consumo diario es impotable y los pocos hospitales que quedan no disponen de agua limpia.
Y esta otro genocidio, de índole climática (climaticidio o asesinato climático), directamente producido por la acción bélica de Israel y el suministro de armas de Estados Unidos y la Unión Europea. En la larga cadena de impunidad climática deben considerarse los impactos de la vasta red asesina que incluye desde la producción de armas y artefactos bélicos hasta su uso en territorio palestinos. Algunos pocos datos son ilustrativamente demoledores: en los dos primeros meses de esta actual arremetida de Israel (7 de octubre a 7 de diciembre) fueron arrojadas 60 mil toneladas de explosivos (a un promedio de 42 bombas por hora), equivalentes a cuatro bombas atómicas de las que fueron arrojadas en Japón en 1945. Esto genera una emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI) superior a la que producen los 20 países más vulnerables al cambio climático. Esto liberó 281.000toneladas métricas de CO2, el 99% por el ejército de Israel, como producto de los bombardeos y de la invasión por tierra a Gaza. Este es el equivalente a quemar 150.000 toneladas de carbón, que proceden de los bombardeos aéreos y el uso de artillería y tanques, que utilizan combustibles fósiles, siendo una fuente importante los vuelos militares procedentes de Estados Unidos, que llevan toneladas de armas a Israel. Esos 200 vuelos de carga y 20 buques han entregado 10.000 toneladas de material bélico a Israel en los dos primeros meses del genocidio en marcha. Estos vuelos consumieron 50 millones de litros de combustible y arrojaron a la atmosfera 133.000 toneladas de CO2.
Los bombardeos generan polvo, escombros, desertificación, destrucción de acuíferos, vertido de miles de toneladas de desechos sin tratamiento al mar, destrucción de almacenes de productos biológicos y químicos, indispensables para la vida diaria, que generan efectos imprevisibles y múltiples incendios, todo lo cual tiene un impacto inmediato de índole climática y ambiental. El otro impacto ambiental y climático es el que generan los cadáveres insepultos de miles de seres humanos y animales que yacen bajo los escombros.
Ahora bien, no solo es el impacto climático actual del genocidio sino sus efectos futuros. Así, la eventual reconstrucción de la infraestructura física en Gaza supone la producción de enormes cantidades de cemento, hierro, materiales metálicos, con la consiguiente generación de GEI. Se calcula que la reconstrucción de 100.000 edificios destruidos emitirá unos 30 millones de toneladas métricas de dióxido de Carbono. Esta cifra es equiparable a las emisiones anuales de CO2 de Nueva Zelanda y superior a la de otros 135 países.
En conclusión, el genocidio-ecocidio de Palestina demuestra que las modificaciones climáticas no son fenómenos naturales, sino que son resultados de acciones políticas y económicas. En este caso, la vulnerabilidad climática se explica por el colonialismo, el despojo de bienes naturales (tierras, aguas, cultivos), la limpieza étnica y, sobre todo, la guerra permanente de Israel contra el pueblo palestino.
En este sentido, se hace necesario repolitizar el análisis del clima y el medio ambiente e inscribirlos dentro de la lucha por la liberación de la tierra palestina y la justicia climática.
Publicado en papel en El Colectivo, Medellín, febrero de 2024