El BDS lo lanzó en 2005 la mayor coalición de la sociedad palestina. Se inspira en la lucha sudafricana contra el apartheid y en la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, y hunde sus raíces en un siglo de resistencia popular palestina. Su objetivo es poner fin al régimen de colonialismo, ocupación y apartheid de Israel, que dura ya 75 años, y apoyar el derecho al retorno de los refugiados palestinos.
Con el inicio del genocidio en curso de Israel contra 2,3 millones de palestinos en la ocupada y asediada Franja de Gaza, la importancia del BDS ha crecido exponencialmente. Israel está perpetrando el primer genocidio del mundo con conexión en directo , con el pleno apoyo del Occidente colonial, en particular de los Estados Unidos, la UE y el Reino Unido. Este nivel de «impunidad total», tal como lo calificó recientemente el Secretario General de la ONU, probablemente no tenga precedentes, lo que implica que las campañas de BDS deben también intensificarse hasta niveles sin precedentes, presionando a fondos de inversión o de pensiones y a instituciones de todo el mundo, como ayuntamientos, universidades, iglesias, instituciones culturales, etc., para que adopten directrices de compra e inversión que excluyan a las empresas implicadas en graves violaciones de los derechos humanos en cualquier lugar. Estas directrices pueden aplicarse para excluir a empresas implicadas en el genocidio, el apartheid, la ocupación militar y los asentamientos israelíes, del mismo modo que pueden aplicarse para excluir a empresas implicadas en otras injusticias. Los esfuerzos del BDS por desmantelar el régimen colonial de apartheid de Israel contribuirían a defender los derechos no sólo del pueblo palestino, sino también de pueblos y comunidades de todo el mundo. Al fin y al cabo, Israel es ahora un modelo para gran parte de la extrema derecha y los supremacistas blancos del mundo, perjudicando no sólo a los palestinos, sino también a millones de personas más.
Los ciudadanos de países cuasi democráticos como Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos, Reino Unido, etc. tienen la obligación ética de comprometerse. No pedimos caridad, sino el fin de la complicidad. Debido al creciente impacto del movimiento BDS, Israel lo considera una «amenaza estratégica» de primer orden desde 2014 e invierte importantes recursos financieros, de inteligencia, propagandísticos y diplomáticos para combatirlo. Desde hace años, Israel dedica incluso todo un ministerio gubernamental a la lucha contra el BDS. Como reveló el documental pionero de Al Yazira, The Lobby, y, tal como ha revelado recientemente una investigación de The Nation, Israel y sus grupos de presión en los Estados Unidos han gastado cientos de millones de dólares en la lucha contra el BDS. El movimiento ha provocado que haya grandes multinacionales que han interrumpido total o parcialmente su implicación. Este mismo mes, tras la sentencia de la Corte Internacional de Justicia que declara plausible que Israel esté cometiendo genocidio, dos grandes empresas japonesas rompieron relaciones con el mayor fabricante privado de armas de Israel. Gigantescos fondos soberanos de Noruega, Luxemburgo, Países Bajos, Nueva Zelanda y otros países, así como una conocida fundación benéfica norteamericana, han desinvertido en empresas y bancos israelíes o internacionales implicados en la ocupación. También lo han hecho ayuntamientos, iglesias, sindicatos y organizaciones de trabajadores. Decenas de miles de artistas y académicos han declarado su apoyo al boicot cultural y académico a Israel.
Anclado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el movimiento BDS se opone categóricamente a toda forma de racismo, incluida la islamofobia, el antisemitismo y, desde luego, el sionismo. Un número cada vez mayor de judíos-israelíes partidarios del BDS anticolonial desempeña un papel importante en el movimiento, y una encuesta de 2022 mostró que el 16% de los judíos norteamericanos apoya el BDS, porcentaje que aumenta considerablemente entre los menores de 40 años. Entienden que no hay nada judío en el asedio, la limpieza étnica, las masacres, el robo de tierras y el apartheid de Israel, y por lo tanto no hay nada antijudío per se en apoyar el BDS para poner fin a estos crímenes.
Si alguien piensa que esta represión, o macartismo 2.0, reducirá al silencio la defensa de los derechos palestinos, se equivoca. La represión no tiene un interruptor de encendido y apagado, como bien deberían saber los europeos por su obscura historia. La legislación anti-BDS en docenas de estados norteamericanos se está utilizando como modelo para reprimir la defensa del derecho al voto de los negros, la justicia climática, los derechos reproductivos y de las mujeres, la teoría crítica de la raza, los derechos LGBTQI+, etc. Lo mismo está ocurriendo en Europa a un ritmo que debería enfurecer o al menos alarmar a todos los liberales, no sólo a los progresistas.
Omar Barghouti es activista de derechos humanos palestino, cofundador del movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) por los derechos palestinos, recibió el Premio Gandhi de la Paz en 2017.
Artículo original: il manifesto, 22 de marzo de 2024. Traducción: Lucas Antón,