Como ocurrió el domingo pasado, según un ritual ancestral inalterable, miles de habitantes se arremangan cada año, ofreciendo el espectáculo de una grandiosa movilización ciudadana para consolidar y embellecer su tesoro patrimonial: la Gran Mezquita, el edificio más imponente de barro del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988.
Son miles de ellos (hombres, mujeres y niños), con el rostro cubierto de barro, trabajando en los andamios, sudando en un impresionante despliegue de trabajadores que se turnan incansablemente para completar su trabajo: remodelar con sus manos la fachada de este notable monumento histórico. Un monumento como ningún otro, considerado el mayor logro del estilo sudano-saheliano en África occidental.
En Djenné, cuando llega el momento de proteger la majestuosa Mezquita de Barro de los caprichos del cielo y de otros estragos del tiempo, de las lluvias torrenciales o de las grietas nacidas del calor sofocante, y de darle un toque de brillo la movilización de los residentes es inmediata y tan espectacular como siempre.