Fue también su padre quién unificó el estado macedonio y quién lo engrandeció. Alejandro Magno no creó el imperio, sino que fue Filipo. Magno lo que hizo fue jugar (y muy bien) sus cartas y mantener una ambición que llevaría a los macedonios hasta India.
Como suele suceder con demasiados grandes gobernantes, la megalomanía de Alejandro Magno no era ningún secreto. Después de una conquista, en el año 326 a.C, esta egolatría quedó más que patente cuando exigió recibir los honores de un dios.
Además, las mismas ganas de segur conquistando que podríamos interpretar como un signo de perseverancia, le llevaron a perder la noción de la realidad, obligando a su séquito a seguir avanzando por territorios inexplorados e impidiéndoles regresar a sus hogares. Todo esto le condujo a ser traicionado por algunos de sus seguidores. Claramente, había dejado de lado cualquier consideración por quienes le eran leales, obsesionándose con seguir expandiendo sus dominios.
¿Habías observado a Alejandro Magno desde esta perspectiva? Todos tenemos un lado oscuro, incluso quienes son más admirados.