Crónica de un viaje al encuentro de Mawlana

Crónica de un viaje al encuentro de Mawlana

“Ven, ven, seas quien seas, seas lo que seas. Incluso si eres un pagano, un adorador del fuego o un ateo, ven. Aunque hayas roto mil veces tu palabra, ven. La nuestra no es la morada del reproche, sino la del amor”.

Annur TV
Thursday 14 de Dec.

Salimos de Nevsehir en Capadocia de la región de Anatolia en un microbús, un Mercedes de unas quince plazas, ocupado por seis viajeros, más el guía y el conductor. De los seis viajeros cinco eran mujeres, cuatro colombianas y una española melillense, mi esposa y quien suscribe, único viajero varón.

Aquella mañana de un jueves cinco de octubre, amaneció muy fría y levemente lluviosa. Por estos parajes amanece muy temprano. Salat al-Fayr (primer rezo del día) se oficia sobre las cinco y treinta de la mañana. Dos horas después del Fayr subimos al microbús rumbo a Pamukkale, allí nos hospedaríamos una noche. La tenue neblina nos acompañaría, aunque a veces, conforme avanzábamos en nuestro camino, se hiciera algo más espesa y oscura. Visitaríamos las fuentes termales donde las gigantescas cascadas dan al paisaje una apariencia lunar. Muy cerca se encuentra la ciudad helenística Hierepolis, que posteriormente se convertiría en una de las más grandes urbes romanas, hoy en ruinas. Una gigantesca ciudad cuyos restos arqueológicos la Unesco declaró en 1998 Patrimonio de la Humanidad. Impresiona pasear y respirar el ambiente que se intuye haber acontecido en estos lugares hace ya muchos siglos.

Nuevamente, justo al amanecer, enfilamos la carretera hacia nuestro objetivo ‘principal’, Konya. Principal al menos para un servidor. Cada viajero establece sus prioridades antes de emprender su destino. Konya es la razón central de este viaje singular, cuidadosamente pergeñado durante meses. A diferencia del día anterior, en este nuevo amanecer nos acompañará durante todo el día un cielo añil y radiantemente soleado. En un castellano fluido e impecable, nos señala el guía que atravesaríamos la planicie más grande de Turquía, “con una extensión como toda Holanda”. Atrás quedan las montañas y la orografía accidentada de Capadocia.

Una suave y cautivadora música de fondo emerge de mi dispositivo telefónico activado, que en el silencio expectante, se adueña de la atmosfera interior del microbús. Son los acordes de la banda sonora de la película “Bab' Aziz, el sabio sufí” de Nacer Khemir. Película que inicia su trama en un desierto donde avanza una niña llamada Ishtar acompañada por su anciano abuelo, ciego, un sufí llamado Bab ‘Aziz. Buscan un encuentro de derviches que cada treinta años tiene lugar en un sitio desconocido. Pero, para encontrar ese lugar “basta con tener fe y dejarse guiar”. En esas andamos quienes en sus objetivos anida también la búsqueda de lo vital. Mientras avanzábamos por las espléndidas autovías turcas, que sorprenden estar a la altura de las mejores de Europa, pausadamente nos deleitaba nuestro guía con sus ponderadas ilustraciones. Ahora nos contaba, desde su aclarada condición de laico, tal cual se nos presentó al grupo de viajeros, lo que sabía de Mawlana Yalal ad-Din Muhammad Rumi así como del mausoleo donde está enterrado, destino inmediato de nuestra próxima visita al llegar a Konya. 

La romana Iconium fue capital del imperio selyúcida (330-150 a. C.), tal cual nos recuerda nuestro guía. Por estas tierras pasó Pablo de Tarso en el siglo I. Hoy Konya es famosa por conservar la tumba de Mawlana Rumi, uno de los más grandes sufíes que ha dado el Islam al mundo. Nació en Persia en 1207, en una zona que actualmente forma  parte de Afganistán. Su familia tuvo que huir de Jorasán, su tierra natal, cuando los mongoles la invadieron, por lo que acabaron instalándose en Konya, actualmente Turquía. Antiguamente llamada Rum de ahí el sobrenombre con que es universalmente conocido Mawlana, Rumi.

Hijo de un maestro y jurisconsulto sufí, Rumi asumió durante toda su vida la función de predicador y doctor en las ciencias islámicas y siguió las prácticas del sufismo, el camino espiritual. Conocería a Shams-i Tabrizi, quien sería su maestro, inseparablemente durante dos años, conduciéndolo a la cima de la espiritualidad del sufismo. En muchos de los poemas que nos legó Mawlana Rumi, habla de su amor a Shams como analogía de su amor a Allah, en la que el dolor de estar separado de Shams representa su dolor de estar separado de Allah y las ansias de unirse a Él. Tras la desaparición de su maestro, se dedicaría a impartir enseñanza espiritual a sus numerosos discípulos (muridin), y a componer su monumental obra poética siendo hoy reconocido, mundialmente, como una de las figuras literarias y espiritual más importante de todos los tiempos. Compondría una obra diversificada de más de cincuenta mil poemas, que escribió en persa durante los últimos treinta años de su vida y que hoy son conocidos como “El Corán persa”. Se considera la mayor obra maestra y espiritual que jamás se haya redactado, en gran parte escrita con un estilo coloquial y sobre todo didáctico. Una obra que hoy puede considerarse como un manual espiritual que ayuda a conducir al aspirante sufí en su camino hacia Allah.

Le pedí a nuestro ya entrañable guía, con el esmero debido, me permitiera esbozar unas breves palabras al pequeño grupo de viajeros antes de llegar al mausoleo de Mawlana. Necesitaba persuadir a nuestras compañeras de viaje de no sentirse extrañas ni mucho menos ajenas, por no ser musulmanas, en nuestra visita al mausoleo de Mawlana. Con la emoción contenida, añadí brevemente algunos comentarios sobre el legado de la vida y obra de Mawlana, cerrando mis palabras con la recitación de uno de sus más singulares poemas que dice así:

“Ven, ven, seas quien seas, seas lo que seas.
Incluso si eres un pagano, un adorador del fuego o un ateo, ven.
Aunque hayas roto mil veces tu palabra, ven.
La nuestra no es la morada del reproche, sino la del amor”.

En el mausoleo veríamos diversos objetos personales y utensilios usados en vida por Mawlana, así como su obra original escrita de puño y letra, un cabello del Profeta (paz y bendiciones) en una urna, y otros presentes que recompensan la visión del visitante. Pero lo que más impresiona es situarse al borde de su tumba que sobresale a las demás sepulturas que le siguen, de su hijo Valad y otros familiares y allegados. Contemplar la continua llegada de gentes de todas las latitudes, cercanos, lejanos, autóctonos y de más allá. Me percaté, nada mas haber entrado al mausoleo, de un anciano erguido que destacaba, con barba blanca y semblante resplandeciente junto a nuestro querido Mawlana Rumi. Con las manos entrelazadas hacía du’a (suplicas). Desgarradamente expresaba sus dolencias espirituales al Altísimo en un tono sedoso, a ratos casi inaudible, pero comprensible para un oído habituado y con cierta sensibilidad. Pedía por él mismo y por quien yacía en esa tumba luminosa. Me acerque a su lado casi tocándolo, en verdad lo rocé a conciencia, quise besarlo a modo de saludo pero la emoción embriagadora de su suplica me venció. Me uní a sus ruegos entonando el Amén universal a cada una de sus peticiones…

En mi memoria quedaran grabadas sus perlas finales, bellísimas palabras serenamente pronunciadas a pesar de su avanzada edad y del prolongado tiempo que llevaba de pie. Definitivamente sucumbí al oírle: “Oh Allah, mis dunub (pecados) son adim (inmensos) concédenos a este siervo, a sayyidi Yalal ad-Din Rumi, y a la humanidad tu misericordia y el perdón de nuestras faltas…”. Al oír esta excelsa suplica supe que, indudablemente, estaba en la ‘capital del Amor’, Konya. Alhamduli-Llah. Pero al mismo tiempo un susurro interior me advertía: ‘si este buen hombre se queja afirmando que sus dunub son inmensos, ¿cómo he de calificar los míos que carecen de los años de suplica y devoción de este venerable anciano?’ Paralelamente surgía la respuesta consoladora pensando: si Allah me ha concedido este gran presente visitando la tumba (darih) de uno de sus awliya más prominentes, seguiré llamando a Su puerta rogando la intercesión de estos. Incha-Allah, Allah proveerá. Y de repente, afloraba de mi quebrada memoria algunos de los consejos de nuestro maestro Mawlana, vertidos en sus poemas y aforismos:

“Si sólo dices una oración en el día, que sea gracias…”

Invariablemente eso hice. Mientras mis mejillas se humedecían copiosamente, di las gracias repetidamente. Alhamduli-Llah.

Fuente: Webislam


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