El modelo extractivista de los agro-negocios en la Argentina

El modelo extractivista de los agro-negocios en la Argentina

Cómo las tendencias económicas internacionales han influido y siguen influyendo en la configuración del modelo productivo argentino.

Annur TV
Wednesday 06 de Nov.

Libros enteros se han escrito sobre cómo ha emergido y se ha constituido el modelo extractivista de los agro-negocios en la Argentina, sobre sus consecuencias y posibles salidas. Lejos de poder abarcar el tema en toda su complejidad, el presente texto busca dar algunos lineamientos para entender cómo las tendencias económicas internacionales han influido y siguen influyendo en la configuración del modelo productivo argentino.

La conformación del modelo extractivo – breve recorrido histórico

El extractivismo, o sea, la sobre-explotación de los recursos naturales, destinados en su mayoría para la exportación, tiene una historia de más de 500 años en la América Latina. Fue durante la colonización del continente que se prepararon las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales para insertar a la región como proveedor de materia prima en el mercado mundial. La Revolución Industrial, posibilitada por la enorme transferencia de recursos humanos y naturales de las colonias hacia los países del centro, incrementó aún más la demanda por recursos y alimentos provenientes del sur global. Y a la hora de la independencia de las colonias latinoamericanas, en vez de buscar un desarrollo endógeno y autónomo de los países hegemónicos, seguían subordinando su producción a las necesidades del mercado mundial, manteniendo así la división internacional de trabajo establecida durante la época colonial y determinando el curso de desarrollo de la región, del cual Argentina no estuvo exenta. No obstante, a principio del siglo XX, Argentina, aprovechando el desarrollo de su sector agrícola -lo que la llevó a ser considerada como “granero del mundo”- había logrado ascender a ser uno de los países más desarrollados de la región, sino del mundo.

Argentina también fue uno de los primeros países en la región en impulsar un proceso de industrialización a través de la sustitución de importaciones. Según indicaba la teoría del desarrollismo latinoamericano de la década de los años 50, la producción de bienes manufacturados inauguraría una fase de modernización y desarrollo en las periferias atrasadas del sistema capitalista mundial, siendo el Estado el motor de este proceso. Pero los países latinoamericanos no estuvieron ni en el mismo momento histórico, ni en la misma situación económica, social y política que los países que se industrializaron durante el siglo 19, razón por la cual “la industrialización de las periferias terminó supeditada a los intereses de la reproducción ampliada del capital de las grandes potencias.” Este fenómeno persiste y se ha aún profundizado a través de la expansión del capitalismo neoliberal a escala mundial.

Es cuando las reglas del orden político y económico de la pos-guerra entran en crisis en los años 70 debido a la exacerbación de la competencia intercapitalista, la crisis del petróleo, el avance de los movimientos de liberación en el Tercer Mundo, y las luchas obreras y populares de finales de los 60,6 que se impone este cambio de paradigma. En Argentina, uno de los países con los más altos niveles de industrialización en el continente y un movimiento obrero que luego de décadas de lucha había logrado que la distribución de ingresos entre trabajadores/as y patrones fuera cuasi de mitades, las medidas neoliberales fueron impuestas por la dictadura militar de 1976. Cabe mencionar que esta dictadura recibía financiamiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) y apoyo de las principales potencias del mundo para llevar adelante sus proyectos y cambiar la matriz económica del país.

Fueron las mismas instituciones financieras internacionales, el FMI, el Banco Mundial y el Departamento de Tesoro de los EE.UU quienes “recomendaban” en los años 90, la implementación de los lineamientos del Consenso de Washington, que consistía en diez puntos, para “ayudar” a países en desarrollo a salir de la crisis económica. Solo si llevaban adelante las requeridas reformas podían esperar la concesión de préstamos, para sus golpeadas y profundamente endeudadas economías. Se trataba de:

- Un ajuste fiscal

- La re-dirección y/o corte de subsidios para servicios públicos

- Una reforma tributaria

- La liberación de la tasa de interés y de la moneda para que su valores sean determinados por el mercado

- La liberalización del comercio, o sea la apertura del mercado para importaciones al igual que la eliminación de barreras para la inversión extranjera directa

- La privatización de empresas estatales

- La desregulación, quiere decir la eliminación de cualquier reglamentación pública, ambiental o laboral que pueda restringir la competencia y obstaculizar el acceso al mercado para empresas extranjeras

- La garantía de seguridad jurídica para la propiedad privada

Fue en esta época, cuando el gobierno de Carlos Menem completó la obra iniciada por la dictadura y re-estructuró el Estado profundamente, implementando todas las medidas requeridas por las instituciones financieras, lo que lo llevó a ser nombrado alumno ejemplar. Fue su gobierno, que en 1991, a través del Decreto de Desregulación, eliminó la mayoría de las regulaciones para la agricultura argentina y en 1996 permitió, como uno de los primeros países del mundo, la siembra de semillas transgénicas. Agudizó así la re-primarización de la economía argentina, o sea la dependencia de su sector primario, como fuente de ingreso de divisas y motor de desarrollo.

Las tendencias internacionales y sus influencias en la economía argentina

Luego de más de una década de proyectos matizados, con discursos por la emancipación en la región, el neoliberalismo ha vuelto de forma recargada a muchos países latinoamericanos, entre ellos a Argentina. Aunque hay que mencionar que los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández no buscaron alternativas a los monocultivos y al agro-negocio, sí habían iniciado un tímido proceso de diversificación económica, que fue abortado casi instantáneamente por Cambiemos cuando llegó al gobierno en diciembre 2015. Con sus medidas, que veremos más adelante, el actual gobierno argentino está respondiendo a tendencias internacionales que están creando nuevas necesidades del capital, reconfigurando las estructuras económicas al nivel mundial.

Este nuevo escenario tiene su origen en la crisis económica y financiera de 2007/08. Desde entonces, la acumulación del capital está en crisis, a pesar las gigantescas ganancias de la economía financiera que supera varias veces el valor del capital productivo. La demanda solvente, o sea de quienes están en condiciones de consumir los millones de productos con los cuales están flotando los mercados, está decreciendo. En diferencia con lo ocurrido en los años 90, cuando los mercados de la Unión Soviética se volcaron al capitalismo, abriendo nuevas oportunidades de inversiones y multiplicando la demanda, en el mundo de hoy, no quedan países por insertar en el mercado capitalista globalizado. Entonces, para superar la crisis de sobre-producción actual, el sistema profundiza las medidas con las cuales salió de la crisis de los años 70. Para evitar la desvalorización de capitales y reafirmar su poder de clase aumenta la tasa de explotación de la fuerza de trabajo, y extiende e intensifica la acumulación por desposesión, o sea profundiza la ofensiva del capital contra el trabajo y la naturaleza.

En este escenario, estamos además observando una creciente tensión entre los países del centro y quienes están ascendiendo hacia lugares de mayor influencia como China. Para preservar su poder económico y político en este mundo multipolar, algunos países como los Estados Unidos bajo el presidente Donald Trump, optan por una mayor protección de su mercado interno, imponiendo aranceles aduaneros para la importación de acero y aluminio o para agro-combustible. Por el otro lado, los países de la Unión Europea, aunque con diferencias, están predicando el Libre Comercio como salida y acelerando la negociación de nuevos tratados. Ahora bien, lejos de existir una verdadera dicotomía entre los llamados “proteccionistas” y los “libre cambistas”, los dos buscan generar condiciones más favorables para sus economías, cerrando y protegiendo el propio mercado donde convenga (por ejemplo en el caso de la agricultura europea) y abriendo solo lo necesario para beneficiar a sus empresas. No obstante, ya se habla de una posible “guerra económica” entre quienes promueven el libre mercado y quienes buscan preservar sus economías de las consecuencias de la globalización capitalista. En este panorama, los países de la periferia se ven atrapados en el rol de proveedor de materia prima y de mano de obra barata y ante la agudización de las asimetrías entre el sur y el norte global.

Históricamente, las grandes crisis se han superado por nuevos desarrollos tecnológicos, capaces de aumentar la tasa de ganancia del capital. La Revolución Industrial 4.0, o lo que sería la inteligencia artificial y la digitalización y automatización del trabajo, constituye esta salida por la puerta del progreso tecnológico. Ahora bien, su impacto sobre las economías menos desarrolladas es grave, ya que implica una reconfiguración de la esfera laboral, aumentando la presión sobre los salarios y la tasa de desempleo. Según indica un informe del Banco Mundial, a pesar de los posibles efectos positivos de la digitalización, existe el peligro de la concentración de poder en pocas empresas multinacionales (casi todas de Estados Unidos), que ya están preparando el terreno para llevar cualquier negocio al ámbito virtual, al comercio electrónico. Digitalizando el trabajo permitiría trabajar desde donde sea, quiere decir una desconexión completa entre lugar y trabajo, y la posible relocalización del capital con aún mayor velocidad. Conlleva además la individualización de los/as trabajadores/as que merma el poder de los sindicatos y de la negociación colectiva y resulta en mayor desigualdad y competencia adentro y entre los países. Al respecto, el Banco Mundial constata, “la proporción de empleo en las ocupaciones de alta calificación va en aumento, al igual que en las ocupaciones poco calificadas. El porcentaje de empleo en ocupaciones de capacitación media, en cambio, disminuye en la mayoría de los países en desarrollo,” al igual que su participación en la distribución de la riqueza.

El efecto de la digitalización ya se está sintiendo en la Argentina, donde, según cálculos del Banco Mundial, podrían perderse más del 60% de los puestos de empleo debido a este desarrollo. Cabe mencionar que la agricultura no está exenta a la digitalización. La agricultura 4.0 implica el uso de drones para la siembra y robots para la cosecha, haciendo cuasi innecesario cualquier involucramiento humano en el trabajo de la tierra.

Las reformas laborales que se están viviendo en todo el mundo son expresiones de esta nueva configuración del mercado, en el cual aumenta la “masa sobrante”, ejerciendo presión hacia abajo sobre quienes aún tienen empleo. No sorprende entonces, que se han multiplicado las desigualdades y la polarización en las sociedades. Según indica Oxfam, en 2017, el 82% de la riqueza mundial estaba en manos del 1% de la población, mientras que el 50% más pobre (3,7 mil millones de personas) no se ha visto beneficiado en lo más mínimo de este desarrollo.

Por último, es un factor determinante en el actual panorama geopolítico, el acceso a recursos naturales de forma privilegiada y económica. Ahora bien, en un mundo finito, los recursos naturales no son infinitos. Además, la mayoría de ellos se encuentra en el sur global. Es a través de los ya mencionados mecanismos, los Tratados de Libre Comercio, el endeudamiento, pero también a través de la generación de conflictos bélicos y la militarización de territorios que los países imperialistas, ayudados por sus gobiernos vasallos en las periferias, les aseguran a sus empresas acceso privilegiado a recursos. Solo así pueden garantizar mantener los estándares de vida en los países industrializados y sus pautas de consumo, la generación de más ganancias para las empresas y el funcionamiento del sistema. El acaparamiento de tierras y otro bienes comunes – o como David Harvey lo llama, la acumulación por desposesión – para completar la mercantilización de cada espacio de la vida, es un proceso que se lleva adelante con cada vez más agresividad, generando conflictos sociales en los lugares afectados y un crisis ecológica sin precedentes, acelerando el cambio climático que amenaza la vida en nuestro planeta.

Cabe mencionar que los cambios estructurales no solo avanzan sobre los sectores económicos y sociales, sino también en el campo cultural. La privatización de la educación, la creciente influencia corporativa en las escuelas y universidades y el discurso neoliberal en los medios hegemónicos y los debates públicos acrecienta la competencia, el individualismo y la idea de la meritocracia. Este proceso está acompañado por una “des-politización” y “des-ideologización” de la sociedad, creando necesidades superfluas y reorientando la atención de las personas hacia la satisfacción individual a través del consumo compulsivo.

El modelo económico y político del gobierno de Cambiemos

Si evaluamos las medidas del actual gobierno argentino y del presidente Mauricio Macri en el actual contexto político internacional, podemos constatar que, al igual que Carlos Menem hace 20 años, es un alumno ejemplar, ejecutando la “vuelta al mundo” de Argentina bajo los lineamientos que exigen las instituciones financieras y los países imperialistas. El FMI, que el gobierno de Néstor Kirchner despidió del país con el pago de toda la deuda en 2006, está de vuelta, al igual que las medidas neoliberales, está vez 4.0. Vemos en detalle, lo que hizo desde que asumió y qué efecto tiene sobre el modelo productivo argentino.

Desde que asumió devaluó el peso más del 100% (9,45 pesos = 1 dólar en Diciembre 2015 a 20 pesos = 1 dólar en Diciembre 2017). Decretó la quita de retenciones al maíz, trigo, la carne y otros productos agrícolas y a la minería, y bajó las retenciones de la soja. Esa medida sola supuso una transferencia de recursos del conjunto de la sociedad a los grandes productores y exportadores de 32,5 mil millones de dólares,11 posicionando a los agro-exportadores en una posición privilegiada en la economía argentina.

Tal como propone el recetario neoliberal, el gobierno de Cambiemos liberalizó las importaciones, medida que ha llevado a miles de pequeñas y medianas empresas al cierre, y está amenazando a industrias claves del país, como es la textil y el calzado. En solo dos años, se perdió en términos de industrialización lo que habían logrado recuperar en doce años los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. En la actualidad, según informa el INDEC, Argentina usa nada más que el 60% de su capacidad industrial instalada, un número que ha decrecido un 10% desde que asumió el gobierno de Mauricio Macri.

El gobierno está también eliminando sucesivamente los subsidios para los servicios públicos, lo que está resultando en aumentos constantes y masivos de luz, gas, agua y del transporte público, mientras que las empresas siguen cobrando el apoyo del Estado.

Además, el gobierno está intentando disciplinar a los/as trabajadores/as a través de reformas. A fines de 2017 logró imponer la reforma del sistema previsional y una reforma tributaria. Esta año continúa con reformas laborales sectoriales y un proyecto de reforma laboral nacional. Para controlar la inflación y bajar los costos laborales ha impuesto un techo del 15% a las paritarias. Cabe mencionar que el 50% de los nuevos puestos que se crean en el sector privado corresponde a trabajadores/as independientes, quiere decir monotributistas, cuyos empleos están flexibilizados e inestables.

Para mostrarse confiable ante los inversores extranjeros, y poder volver a demandar dinero a instituciones financieras internacionales, el equipo económico del gobierno se ha encargado de pagar deuda hasta con los fondos buitres. En el presupuesto de 2018, el pago de intereses constituye el mayor gasto, situación que no parece cambiar, ya que el gobierno sigue contrayendo deuda en tiempo récord; a comienzos de 2018 y en poco más de dos años, acumula más de 130 mil millones de dólares de nueva deuda que no se está invirtiendo en el desarrollo de proyectos productivos sino en el pago de vieja deuda y cobertura del déficit fiscal y comercial, además de la fuga de capitales. Esta cifra supera ampliamente los 100 mil millones de dólares de deuda que contrajeron los Kirchner en doce años de gobierno.

Siguiendo el ritmo del momento, Mauricio Macri está negociando un importante número de nuevos Tratados de Libre Comercio (TLC) y Tratados Bilaterales de Inversión (TBI), entre ellos el TLC entre el Mercosur y la Unión Europea, que abrirá el mercado argentino para la importación de productos procesados y manufacturados, mientras que les garantiza a los recursos primarios, sobre todo a la soja y la carne, acceso privilegiado a los mercados europeos.

Cabe mencionar que la política en términos de atracción de capitales extranjeros parece ser exitosa. Pero si miramos en detalle, el 78% de todas las inversiones extranjeros ingresadas al país entre octubre del 2016 y septiembre 2017 son especulativas, y en vez de generar desarrollo en proyectos productivos, le han generado un derroche de recursos en concepto de intereses al Estado.

Entonces, lejos de traerle beneficios a Argentina, la subordinación de la economía a las necesidades del mercado mundial y la “re-inserción al mundo” en el lugar “correspondiente” de proveedor de materia prima, literalmente le está costando caro al país. Esto se refleja también en el déficit comercial récord en 2017, por encima de 8,4 mil millones de dólares, que según indican los primeros datos para enero 2018 – cuando rozó los mil millones de dólares – solo se va a agudizar.

No cabe duda que la política del gobierno de Cambiemos significa la pérdida de soberanía y autonomía nacional, sacrificando la diversificación y diversidad económica del país, y así impidiendo cualquier posibilidad de un desarrollo económico endógeno y la construcción de alternativas por fuera de la dependencia de los países centrales.

Las consecuencias del modelo agroexportador en Argentina

Ahora bien, el camino de la re-primarización de la economía argentina que comenzó con la dictadura en los años 70, y no fue abandonado por ningún gobierno siguiente -sí profundizado- tiene altos costos sociales, económicos y sobre todo ecológicos.

La búsqueda año tras año de una cosecha récord, hizo crecer las plantaciones de soja transgénica, hasta llegar a cubrir más del 60% de la superficie arable hoy en día. Pero el avance de los monocultivos significa la pérdida de bosques nativos, razón por la cual Argentina cuenta con una de las más altas tasas de deforestación en el mundo. Por hora pierde 32 hectáreas de bosque nativo. Según indica un reciente informe de Greenpeace, casi la mitad de los desmontes en 2017 en las provincias más afectadas -Salta, Formosa, Santiago del Estero y Chaco- fue ilegal.

Además, la concentración de tierras en cada vez menos manos, ha agudizado la expulsión de pequeños productores, campesinos/as e indígenas de sus territorios y está creando una agricultura sin agricultores, haciendo crecer las villas en los centros urbanos, donde se agrava la emergencia sanitaria y social y la proliferación de conflictos sociales en los lugares afectados.

Es importante notar que la agricultura de los monocultivos transgénicos se basa en paquetes tecnológicos importados que profundizan la dependencia de empresas monopólicas transnacionales como Monsanto/Bayer, Syngenta y Cargill. La consecuente pérdida de conocimiento sobre una agricultura sin agro-tóxicos y transgénicos y la falta de tierras en manos de campesinos/as pone en peligro la soberanía alimentaria del país, ya que los latifundistas no producen alimentos aptos para el uso humano, sino los llamados “cash crops”, o sea aquellas plantas que traen importantes ganancias y se usan para la alimentación de ganado y la producción de agro-diesel y agro-combustible.

Pero el modelo productivo extractivista no solo amenaza la biodiversidad del país, también afecta a la salud de toda la población argentina, ya que el uso de agro-tóxicos ha aumentado más del 800% en los últimos 20 años. Esto afecta doblemente a las poblaciones que viven cerca de campos con monocultivos. Por un lado se ven expuestas a constantes fumigaciones, generando altos niveles de canceres, abortos espontáneos, niños/as que nacen con malformaciones, enfermedades respiratorias y de la piel, entre otros. Por el otro lado, consumen alimentos contaminados con agro-tóxicos, ya que su uso no se limita solo a las plantaciones transgénicas. Un estudio del Senasa de 2017 indica que por lo menos el 63% de todas las frutas y verduras examinadas en el Mercado Central de Buenos Aires, del Mercado regional del Partido de General Pueyrredón y del Mercado Regional de La Plata contienen restos de agrotóxicos.

Cabe mencionar que este modelo contamina los suelos y napas y desertifica a las tierras, haciendo necesario el uso de cada vez más fertilizantes, cuyo uso aumentó en paralelo a la aplicación de agro-tóxicos.

Podemos concluir entonces que el modelo productivo argentino basado en los agro-negocios es sumamente insostenible. Los recursos aún disponibles se están agotando, el clima cambiando y la miseria avanza sobre nuestros territorios. El gobierno, en vez de repensar el modelo económico y político del país, buscando una integración regional basada en la cooperación y la complementariedad, insiste en la aplicación de medidas depredadoras, abortando cualquier posibilidad de salir de la crisis económica y social en la cual se encuentra Argentina.

Ahora bien, las alternativas para enfrentar la crisis civilizatoria a la cual nos ha llevado el sistema capitalista, cuyo fiel representante es Mauricio Macri, ya están y se están construyendo día a día en distintos lugares del país y en el mundo. Son iniciativas de agroecología, de consumo solidario, de redes de comercialización de productos locales y orgánicos. Son proyectos de generación decentralizada de energía renovable, de la re-municipalización de los servicios públicos, de la creación de cooperativas de trabajo, de monedas locales, de centros comunitarios para devolver el sentido de pertenencia y solidaridad a un mundo penetrado por el individualismo. Pero son también los y las trabajadores/as que van a la calle para frenar el ajuste y los despedidos, son las mujeres, trans y grupos de la disidencia sexual reclamando por sus derechos, son los/as estudiantes exigiendo educación pública de calidad y todos/as quienes se movilizan para que este sistema deja el camino de la barbarie, que están construyendo un proyecto alternativo que consistirá en otro modelo productivo sin explotados/as ni explotadores.

Fuente: Resumen Latinoamericano


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