Energías renovables: ¿negocio financiero o política industrial?

Energías renovables: ¿negocio financiero o política industrial?

¿Quién debería asumir las políticas de investigación, desarrollo y transferencia en tecnologías renovables?

 
Annur TV
Monday 23 de Apr.

Luego del colapso financiero de 2008, la reconversión de la matriz energética global basada en hidrocarburos –carbón, gas y petróleo– en una matriz basada en energías renovables, supone una transformación tectónica de la infraestructura energética a nivel planetario de dimensiones inéditas. Ahora bien, para las economías centrales y los organismos de gobernanza global esta “revolución industrial verde” abre también un horizonte inédito para los grandes negocios financieros en las periferias.

A contramano de la ventana de oportunidad que se presenta para un país como Argentina, que tiene empresas con capacidades en tecnología eólica únicas en la región, la versión macrista de la “revolución verde” es el programa RenovAr, que transforma una política tecnológica e industrial en un fastuoso negocio financiero. La estrategia es la compra de tecnología importada con deuda masiva diferida canalizada por el llamado Régimen de Contratación Público Privada. Hasta acá la versión predatoria del macrismo, fase actualizada de la “patria contratista” que nace con Krieger Vasena y crece con Martínez de Hoz.

Hagamos un paréntesis y pensamos en un gobierno que en 2019 vuelva a impulsar políticas de industrialización inclusiva. Entonces vuelve a ser relevante la pregunta: ¿qué puede hacer Argentina en el terreno de las tecnologías renovables? Nos interesa proponer una idea que puede ser un componente de la respuesta: la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) debería ampliar su foco de incumbencias y transformarse en la institución pública que asuma la tarea de organizar a nivel nacional las políticas de investigación, desarrollo y transferencia en tecnologías renovables.

Por supuesto que esta nueva incumbencia no significa relegar sus actividades en el sector nuclear. Al contrario, significa capitalizar su enorme experiencia en gestión de tecnologías complejas, capital intensivas y en procesos de articulación con la industria nacional. Esta idea no es nueva y dentro de la propia CNEA circula la broma de que ni siquiera haría falta cambiar las siglas del nombre actual de la institución si “CNEA” pasara a significar “Comisión Nacional de Energías Alternativas”.

Entre los fundamentos más importantes de la propuesta, podríamos mencionar los siguientes:

(i) Las políticas tecnológicas y la inestabilidad institucional son las debilidades históricas de América Latina. Hoy el sector eólico local es un ejemplo dramático (1). Como contrapartida, el sector nuclear argentino supo construir una política tecnológica de expansión y diversificación incremental de capacidades y enraizamiento en otros sectores: en medicina y agricultura, a través de la producción de radioisótopos; en el sector energético, como productor de electricidad a través de las centrales Atucha I y II y Embalse; en política exterior, como exportador de reactores de investigación; en política industrial, como institución promotora de la conformación de una industria nuclear nacional.

(ii) La política de fabricación de satélites nacionales –que se inicia con la creación de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) en 1991– fue impulsada por INVAP, empresa conformada en los años ’70 por tecnólogos y científicos del sector nuclear. Hoy esta empresa, además de fabricar reactores nucleares de investigación (como el que acaba de exportar a Holanda), aprendió a desarrollar radares primarios y secundarios, satélites geoestacionarios (ArSat 1 y 2), drones y tecnología de aerogeneradores de baja potencia, entre otros.

(iii) La CNEA cuenta con un Departamento de Energía Solar, que inició sus actividades a mediados de los años ’70, que una década más tarde avanzó en investigación y desarrollo (I+D) en energía fotovoltaica y que, desde 1995, comenzó a desarrollar celdas y paneles solares para los satélites argentinos. Un hito notable fue el desarrollo de los paneles solares para el satélite SAC-D/Aquarius, puesto en órbita en junio de 2011.

(iv) Sin embargo, el valor (intangible) más importante es la conectividad densa de la CNEA con numerosas instituciones públicas –incluidas universidades–, empresas públicas, mixtas y pymes, así como capacidades regulatorias en el estado del arte, una política exterior sectorial complementada por posiciones consolidadas en los principales foros internacionales del sector. Por ejemplo, la cooperación nuclear con Brasil a través de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC), que la dupla Macri-Temer busca debilitar o clausurar, es modelo global de cooperación entre países vecinos.

En síntesis, el conjunto de todos estos rasgos permite afirmar que el sector nuclear argentino representa un caso exitoso de política tecnológico-industrial en un sector estratégico que logró expandirse y diversificarse hacia otros sectores intensivos en conocimiento. Una evidencia de su vitalidad fue su capacidad para “resucitar” y recuperar su dinamismo luego de las políticas de desguace del menemismo.

Como contrapartida, en la Argentina existen alrededor de setenta empresas en el sector eólico, y un conglomerado un poco más pequeño en el sector de energía solar que, desde el punto de vista del apoyo estratégico del Estado, hoy se encuentran a la intemperie.

Dada la proyección creciente del protagonismo que a escala global representan las energías renovables, la recuperación de políticas públicas de industrialización inclusiva deberían contemplar la creación de un entorno institucional de I+D para este sector. La integración (o asimilación) de las tecnologías renovables por parte del “ecosistema nuclear” representaría una nueva expansión y diversificación de sector tecnológico más denso y robusto que logró generar nuestro país.

Creemos que pueden ser muy positivos los análisis y debates sobre la viabilidad de esta propuesta.

 

Rebelión


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