¿Quiénes pierden con el ‘milagro’ económico peruano?

¿Quiénes pierden con el ‘milagro’ económico peruano?

El ‘milagro’ económico peruano no existe. Es verdad que el modelo de exportación minero atrajo inversión extranjera, estabilizó el tipo de cambio, contuvo la inflación y redujo la pobreza al generar ingresos de cortísimo plazo.

Annur TV
Monday 22 de Oct.

Debemos ser claros: el ‘milagro’ económico peruano no existe. Es verdad que el modelo de exportación minero atrajo inversión extranjera, estabilizó el tipo de cambio, contuvo la inflación y redujo la pobreza al generar ingresos de cortísimo plazo. Sin embargo, el caso peruano no puede ser catalogado como milagroso. Los verdaderos milagros económicos cumplieron, con al menos, tres características: (1) una estrategia activa desde el Estado —política industrial—, (2) una transformación de la senda de crecimiento económico, es decir, la productividad de la economía se modificó junto con la matriz de producción y, (3) como consecuencia de lo anterior, el régimen de desarrollo en estos países también garantizó a sus ciudadanos seguridad para el futuro: ingreso por horas estable y permanente, pensiones de vejez dignas, educación para los hijos y salud en todo el ciclo de vida.

Perú, ni transita por una senda de crecimiento económico distinta, ni garantiza un régimen de desarrollo a sus ciudadanos. Ha expandido el ingreso de corto plazo sin una perspectiva de futuro. El neoliberalismo peruano aprovecha y profundiza las relaciones de informalidad, festejando un crecimiento de ‘sálvese quien pueda’. Hasta ahora le sirve, pero, ¿por cuánto tiempo más? En este sentido, es fundamental decodificar el modelo económico para identificar quiénes son los perdedores del mal llamado ‘milagro’ peruano.

Perdedores del crecimiento económico

Desde el punto de vista del crecimiento económico, un modelo será transformador en tanto y en cuanto la inversión cause una ampliación de la demanda de mano de obra por unidad de producto (demanda de empleados por unidad de valor agregado). Cuando la producción demanda cada vez más mano de obra, las relaciones laborales se formalizan y se establecen vínculos de largo plazo entre empleados y empleadores, permitiendo a las empresas capacitar a sus trabajadores y, a su vez, a los trabajadores la posibilidad de construir una carrera profesional dentro de la empresa. Este círculo virtuoso se completa cuando los trabajadores, al estar en mejores condiciones de negociación (al ser más especializados), tienen la capacidad de discutir los salarios y participar de manera equitativa en la renta nacional. Todos aquellos que se quedan por fuera de este círculo pueden ser catalogados como perdedores del crecimiento económico. Revisemos qué ha ocurrido en Perú.

Boom minero sin cambio de la matriz de producción

Desde los ‘90 la inversión extranjera llegó a la minería en forma superlativa, lo cual dinamizó el propio sector y la inversión doméstica del resto de la economía. A pesar de ello, el resto de la industria nacional no se transformó. Las exportaciones tradicionales siguen siendo cerca del 75% del total, de las cuales la minería es más del 50%. La salud de la economía no logra independizarse de los términos de intercambio y el ciclo del PIB sigue dependiendo de las condiciones externas.

En cuanto al mercado interno, es cierto que la minería genera encadenamientos en el mercado doméstico y los tanques de pensamiento de la derecha muy bien lo documentan. Sin embargo, las cadenas de valor internas no se transformaron. Todos los sectores de la economía mantuvieron su peso dentro de la producción nacional; por ejemplo, la manufactura pasó de 16% a 15% entre el año 2000 y 2014. Es decir, Perú siguió un modelo de explotación de recursos naturales de viejo cuño, donde la entrada de divisas por la exportación y las rentas del capital alimentaron un flujo constante y creciente de repatriación de los beneficios al exterior: en 40 años el monto acumulado de dólares que ingresó a la economía igualó a los dólares que salieron.

Alto crecimiento, baja absorción de empleo

La estructura productiva define la absorción de mano de obra, es decir, los requerimientos unitarios de empleo por cada unidad de valor agregado que generan las empresas. Sin un cambio en la matriz de producción, las plazas de empleo formal no aumentaron al ritmo que creció la economía y, por ende, las tasas de informalidad se han reducido de forma modesta. La tasa de informalidad, según diferentes estimaciones, sigue rondando el 70%, lo que confirma que el sector formal no logra absorber la mano de obra excedentaria. Por quintil de ingreso la situación es aun más crítica: en el primer quintil el 97% de personas son informales, el 89% en el segundo quintil, el 77% en el tercero, 66% en el cuarto y 44% en el quinto. Esto denota una alta asimetría en las oportunidades, y la informalidad constituye una condición de los pobres, no una opción. El empleo industrial no cambió en la última década. Según cifras de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), la industria absorbía el 9,5% del empleo en el año 2005. Después de su cifra más alta en 2007 (11%), el empleo industrial se redujo hasta alcanzar, nuevamente, 9,2% en el 2017.

Otra forma de ver la poca absorción de empleo de la economía es medir cómo cambió la distribución del trabajo entre empleados en relación de dependencia, trabajadores por cuenta propia y empleadores. La tabla 1 muestra esta distribución entre el año 2000 y el 2016.

 


 

En 2016, el 45% de la fuerza de trabajo en Perú se encontraba bajo relación de dependencia. Esta cifra es mayor que en el año 2000 pero aún por debajo del promedio de América Latina y el Caribe (ALC), que reporta un valor 63,4%. Esto es inadmisible en un país considerado como ‘milagro’. A su vez, en Perú los cuentapropistas son mucho más que el promedio de la región lo cual muestra que, ante la falta de oportunidades de empleo, el trabajador debe buscar una salida desde su propia iniciativa en la informalidad. Si diseccionamos el promedio regional de ALC entre países de ingreso bajo, alto, medio alto y medio bajo (tabla 1), se observa que Perú —país de ingreso medio— está aún más lejos de los estándares de los países de ALC con ingreso alto y medio alto; y mucho más cercano a los países de ingreso medio bajo. Otro rasgo del modelo peruano es que la estructura de empleo se ha mantenido prácticamente invariable entre el año 2000 y el 2016; el único cambio que se dio fue el traslado de casi 5% del trabajo en el hogar hacia el trabajo en relación de dependencia (tabla 1).

Milagro sin otra senda de crecimiento, no es milagro

Como discutimos en documentos anteriores, el 70% de la reducción de la pobreza se explica por el crecimiento económico. Y este, a su vez, está altamente correlacionado con los términos de intercambio y las exportaciones de la minería. En resumen, los pobres de Perú dependen de la demanda externa del mercado de minerales para estar fuera de la pobreza. Si el tipo de crecimiento no se ha modificado, la vulnerabilidad de los sectores de bajos recursos al sector externo y al déficit de cuenta corriente sigue estando latente. Perú sobresale en la prensa internacional como el ejemplo del éxito del neoliberalismo, pero lo cierto es que no hay cambios en sus estructuras como para festejar un milagro. Un rasgo de esta inmovilidad es que la productividad en Perú, aunque ha crecido, sigue rezagada respecto de América Latina y el Caribe (gráfico 1). Según el indicador de productividad laboral de la OIT—PIB por trabajador—, ésta ha crecido en los últimos 15 años en la economía peruana. Este indicador ayuda a tener una idea sobre la evolución de las estructuras productivas, mas esconde algunos problemas como la sobrevaloración del indicador, producto de la influencia de la minería.

 


 

 

En cualquier caso, y a pesar de la tendencia creciente, Perú mantiene un nivel de productividad cercano a los países de ingreso medio bajo de ALC, lejos del promedio regional y aún más distante de los países de ingreso alto y medio alto de ALC. El crecimiento de la productividad es del 44%, pero basada en las mismas estructuras de producción.

Crecimiento concentrado en los dueños del capital

La productividad sigue siendo baja como consecuencia de una estructura de producción prácticamente invariable. Los resultados están a la vista: la informalidad es muy alta y la capacidad de las empresas por absorber empleo está aún muy por debajo del promedio regional. En los grupos sociales de ingresos bajos y/o con baja educación, la informalidad no es una opción sino una condición: el 95% de las personas con educación primaria son informales. En definitiva, aquéllos que han salido de la pobreza lo han hecho gracias a que la informalidad es un sustituto del Estado y garantiza un ingreso de corto plazo.

Entre el 2000 y 2016 el ingreso laboral medio —en términos reales— se expandió un 40%, y el indicador de productividad un 44%, lo que demuestra que los salarios han incrementado lo estrictamente necesario para compensar el incremento de productividad, obviando décadas de injusticias salariales. Lo que el modelo no dice es que la estructura informal de empleo ha configurado una válvula perfecta para que el salario crezca, pero se mantenga lo suficientemente bajo como para expandir la ganancia de las grandes empresas nacionales y transnacionales. Al año 2014 un trabajador formal percibía, en promedio, S/ 11,9 por hora, mientras que un informal solo S/ 5,3; esto representa una brecha promedio del 124%. La conclusión es clara: los ganadores del crecimiento económico han sido los capitalistas (nacionales y extranjeros) y los perdedores han sido los trabajadores. Cuando vemos la distribución funcional de la renta —rentas del trabajo en porción del producto nacional— en perspectiva histórica, se observa claramente un deterioro recurrente y paulatino de la renta que llega a los trabajadores (gráfico 2).

 


 

A mediados de los ’70 las rentas del trabajo alcanzaban cerca del 40% del producto. Para 2011 el trabajo recibía poco más del 20% del excedente. Las rentas empresariales y las mixtas se apropiaron de gran parte de ese excedente. En definitiva, el régimen de acumulación provee de altas tasas de ganancia para el capital nacional y transnacional y, al mismo tiempo, muy malas condiciones de trabajo para los asalariados: bajos salarios, poca tecnificación y alta incertidumbre para el futuro. Los ingresos de las clases más pobres mejoraron, pero la precarización laboral continúa. Por ejemplo, el incremento promedio de ingresos no bastó para que los niños dejen de trabajar: según los indicadores del Banco Mundial, el porcentaje de niños económicamente activos que sólo trabajan —no estudian— pasó de 4,5% a 24% entre el año 2000 y el 2015. La fuerza laboral con educación básica pasó de 77% a 80% entre el 2002 y el 2017. ¿De qué milagro hablamos cuando más niños tienen que trabajar para vivir?

Sin estabilidad y sin mecanismos de formalización se hace imposible el acceso al crédito y la posibilidad de acumulación de un activo —vivienda, negocio— o un fondo de pensión que asegure la vejez. Utilizando la encuesta de condiciones de vida (ENAHO) del segundo trimestre 2018 se ha podido obtener el grado de cobertura del sistema previsional (tabla 2).

 


 

 

El 66% de la población mayor de 14 años no está afiliada a ningún tipo de sistema previsional que le garantice una pensión o prestación de salud. Entre la población que estaba trabajando hasta junio de 2018 este porcentaje alcanza el 63%. Después de 25 años de privatización del sistema de seguridad social se creó una desigual competencia entre el sistema público y el privado, en la que este último ha salido victorioso: el 25% de los trabajadores están en las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones) respecto del 11% que siguen en el fondo público SNP (Sistema Nacional de Pensiones). Al ser un fondo de capitalización, sin ningún grado de solidaridad, garantiza y perpetúa la desigualdad: quien pudo aportar lo suficiente durante su vida se garantizará una pensión digna en la vejez, el resto deberá contentase con pensiones de miseria.

En definitiva, Perú no garantizó que el crecimiento económico se eternice en las capacidades de su población ni en las fuerzas productivas. Hay menos pobres, pero nadie puede asegurarles un futuro digno. Habrá que rezar para que el mercado minero siga boyante y que China no entre en una recesión.

 

Fuente: resumenlatinoamericano.org

 


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