“Los musulmanes no tienen espacio en los medios cuando son víctimas”

“Los musulmanes no tienen espacio en los medios cuando son víctimas”

Tres de las cincuenta víctimas fatales del ataque a las mezquitas de Nueva Zelanda, hace casi un mes, eran deportistas. Pero los musulmanes no tienen espacio en los medios cuando son víctimas. Un argentino musulmán cuenta cómo es vivir en una sociedad que suele prejuzgar.

Annur TV
Tuesday 21 de Jan.

Tariq Omar jugaba en el Christchurch United, de Nueva Zelanda; tenía 24 años y además era entrenador de divisiones inferiores del club. Atta Elayyan, de 33, atajaba en la selección neozelandesa de fútbol de salón. Y Sayyad Milne, de 14, también era futbolista y tenía un gran futuro como jugador. Son los tres deportistas de una lista de cincuenta víctimas fatales y treinta y nueve heridos en los atentados a dos mezquitas de la localidad de Christchurch, en la Isla Sur de Nueva Zelanda, el 15 de marzo último. El ataque fue transmitido en vivo por el propio asesino. Horas después, los neozelandeses se manifestaron en contra de la islamofobia.

En Argentina -y sobre todo en el mundo occidental-  a los musulmanes se los suele mirar con desconfianza. Lo comprobé este domingo, en un bar de Villa Crespo en el que me encontré con un conocido, argentino de poco más de 40 años que practica el Islam desde hace 15. Tiene barba y gorrito típico. Una chica que no llega a los 30 no hace más que mirarlo. Él me dice: “Estamos acostumbrados. En la calle me gritan ‘Chau, Bin Laden’ o dicen al pasar cosas como ‘¡qué barbaridad!’”, mientras se toca su larga barba.

Los musulmanes, cuya cantidad de adeptos en nuestro país se desconoce porque no hay registros oficiales, viven con miedo. “La conducta persecutoria de este Gobierno asusta”, dice mi interlocutor, que me pide que no publique su nombre. “Estamos vulnerables a muchas cosas. Entre otras, a una ministra que habla de terrorismo islámico. Sentimos desprotección”. Tiene razón. Lo vivieron en carne propia Kevin Gamal Salomón, de 23 años, y su hermano, Axel Ezequiel, de 26, quienes pasaron tres semanas en la cárcel de Ezeiza por una denuncia de la DAIA a partir de un anónimo. Fueron detenidos el 13 de noviembre de 2018. Los acusaron de tenencia de armas. Los escracharon públicamente. Los medios de comunicación llenaron páginas y horas de radio y televisión señalándolos como peligrosos. Después fueron sobreseídos. Pero el tema ya había sido olvidado y sus nombres manchados. Diarios, portales, radios y la tele casi no contaron esta parte de la historia.

“El Estado nos expuso ante los medios mostrando nuestro rostro y nombre, perdí mi trabajo, tiempo de estudio, ponés mi nombre en Internet y salgo esposado al lado de la Federal, las armas de mi bisabuelo, títulos como ‘terrorista’ o ‘atentado’, me mancharon... ninguna empresa me va a contratar, estuve triste, angustiado e indignado de que mi propio país me haya hecho esto”, le dijo Kevin Gamal a Página 12, uno de los pocos medios que le dio derecho a réplica. Su hermano Axel, a quien le cerraron hasta las cuentas bancarias por su supuesta condición política, anuncia, preocupado, que en esta sociedad te pueden detener “por portación de cara, de nombre o de religión”. “Mañana podés ser vos”, resume.

En el verano de 2018, en las mendocinas Termas de Cacheuta se le prohibió el ingreso a la pileta del complejo a una chica de 20 años por tener burkini, el traje de baño de la religión islámica. Diez meses después, el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) falló en su favor. Para las autoridades del complejo, la joven tenía que entrar con bikini o malla enteriza.

Tras el atentado de Nueva Zelanda, el equipo local Crusaders -nueve títulos en el Super Rugby- cambiará su nombre desde el año próximo. Crusaders alude a las cruzadas entre cristianos y musulmanes.

En un país azotado por el miedo y el terrorismo, el capitán de los All Blacks, Kieran Read, quedó encerrado en la escuela de sus hijas mientras se producían los atentados. Lo contó también por redes sociales. Fue la misma vía por la que se expresó el rugbier Sonny William Williams, conocido como Sonny Bill Williams, convertido al Islam en 2011 y también ex boxeador. “Acabo de escuchar las noticias. No puedo poner en palabras cómo me siento ahora. Envío mis dúa (súplica) a las familias”, expresó.

“Nuestra comunidad es tan víctima como cualquier otra: judíos, católicos o la que sea. Sólo que cuando nos pasa algo a los musulmanes no tenemos la visibilidad en los medios de comunicación que sí tienen los demás”, dice mi interlocutor. Basta ver los canales informativos para coincidir. Y ejemplifica: “Se frenan ascensos laborales por el aspecto. No es fácil la exposición social. Sobre todo desde el ataque a las Torres Gemelas. Y en Europa, particularmente, el Islam es una amenaza en términos culturales”.

El Islam crece en cantidad de adeptos en todo el mundo. Argentina no es la excepción. Sin embargo, hasta los deportistas que lo practican saben que deben enfrentarse a la discriminación. Lo vivió desde la cancha el futbolista musulmán Kalidou Koulibaly, nacido en Francia pero jugador de la Selección de Senegal. Cuando jugaba en el Nápoli italiano debió soportar burlas racistas de hinchas del Lazio, Juventus y Atalanta. No es el único caso.

Apasionado, el hombre que me acompaña en el bar de la avenida Scalabrini Ortiz me habla de los Cinco pilares del Islam: “Aceptar que no hay ninguna divinidad más que Dios, rezar las cinco oraciones diarias, ayunar en el mes del Ramadán, pagar el Zacat o impuesto a la distribución de la riqueza y peregrinar a la Meca aunque sea una vez en la vida si tenés el dinero o la salud”. Y remata: “Para nosotros no hay una única verdad. Sabemos que todos los caminos conducen a Allah”.

“Lo de musulmanes negros es un término acuñado por la prensa. No es el nombre legítimo. El nombre auténtico es ‘Islam’. Significa paz. El Islam es una religión con setecientos cincuenta millones de adeptos en el mundo, y yo soy uno de ellos. No soy cristiano. No puedo serlo, viendo cómo tratan a la gente de color que lucha por forzar la integración. Los apedrean y les lanzan los perros, y luego dinamitan una iglesia negra y no encuentran a los asesinos”, le dijo Muhammad Alí a la prensa deportiva que quería saber de qué se trataba eso de pasarse al Islam. A su lado estaba el líder Malcom X. Lo recuerda el Pulitzer David Remnick desde su imprescindible Rey del mundo. Quizás el gran libro sobre Cassius Clay. “Se nos califica de grupo basado en el odio. Dicen que queremos ocupar el país. Dicen que somos comunistas. Nada de eso es verdad. Los seguidores de Allah son la gente más buena del mundo. No llevan navaja. No andan por ahí con armas. Rezan cinco veces al día. Las mujeres llevan ropa que las cubre hasta el suelo y no cometen adulterio. Lo único que quieren es vivir en paz”, agregó.

Este fin de semana Netflix presentó su serie policial Arenas movedizas. Uno de los personajes ejemplifica con casos concretos cómo pueden influir los medios de comunicación en la opinión pública y determinar el destino de alguien condenado socialmente. Sólo esa escena justifica que los periodistas o aspirantes a serlo la vean.

elintransigente


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