El 22 de septiembre de 1866 tuvo lugar la batalla de Curupaytí, una de los enfrentamientos más sangrientos de la Guerra del Paraguay.
No obstante la promesa del 14 (de septiembre de 1866) de Mitre a López de “no hacer modificación alguna en la situación de los beligerantes”, el General en Jefe de los aliados dispuso el inmediato asalto a la formidable posición fortificada de Curupaytí. Tal vez lo movió la emulación hacia el Márquez de Souza, que con sus 12.000 brasileños había tomado el 3 de septiembre el vecino campo fortificado de Curuzú. Si Curuzú estaba en poder de Márquez de Souza, Curupaytí sería de Mitre.
Preparó su plan. El mismo día de prometer armisticio a López, Mitre desembarcaba en Curuzú, al oeste de Curupaytí, con 9000 soldados argentinos: la flor y nata del ejército. Junto con los 8.000 de Márquez de Souza tomarían en un paseo militar el campo atrincherado, acercándose a la poderosa fortaleza de Humaitá. Para mayor seguridad, el 17 –día fijado para el ataque- Polidoro y Venancio Flores vendrían de Tuyuty a cooperar en la batalla. También la escuadra brasileña ayudaría con un constante cañoneo.
De toda la guerra, es ésta la primera batalla planeada por Mitre, y también la primera (y única) dirigida por él. Desgraciadamente para el historial de Mitre, López no había creído en su promesa de armisticio del 14 y estaba alerta. En Curupaytí destinó a su mejor hombre de guerra, el genera Díaz, vencedor de Estero Bellaco y Boquerón, que había preparado en poco tiempo la defensa del campo: cortando árboles (abatíes) que, dispuestos con sus enormes raíces para afuera ocultarían sus 49 bocas de fuego. Y con siete batallones de infantería y cuatro escuadrones de caballería esperaba el ataque.
No se dio la batalla el 17 por la lluvia, prolongada hasta el 20. Cesada ésta el 22, Mitre ordenó el ataque a la bayoneta a las fortificaciones, ante la estupefacción de Márquez de Souza, porque el terreno estaba convertido en un pantano. No obstante, el leal guerrero acató la insensata orden. En cuatro columnas se lanzaron los 17.000 argentinos y brasileños por un campo fangoso llevando la bayoneta en posición de ataque, mientras los 49 cañones paraguayos ocultos entre los abatíes hacían estragos en los atacantes.
Todo anduvo mal. Tamandaré que había prometido “descangalhar tudo isso em duas horas”, disparaba con excesiva elevación sus tiros, que no caían en las trincheras paraguayas; Polidoro y Flores se detuvieron a “churrasquear” y no llegaron a tiempo. Mientras tanto, los infantes argentinos y brasileños, calados de barro, chapoteaban sirviendo de blanco a los paraguayos. Mientras Mitre, poseído de una embriaguez heroica, ordenaba avanzar, avanzar siempre. Hasta que Márquez de Souza, muy respetuosa, pero firmemente, le advirtió que aquello iba a ser la derrota “mais grave de esta guerra”, y de seguirse el heroico avance morirían todos los atacantes sin tocar las trincheras paraguayas. Consiguió dar el toque de retirada. “Cuando Mitre se encontró con esa defensa [las trincheras paraguayas protegidas por árboles], no se le ocurrió nada –dice D’Amico- y mandó atacar con ataque franco, a pesar de saber, dice en su parte, que esa posición era intomable cargándola a pecho descubierto. El resultado no podía ser dudoso. Los soldados argentinos sembraron el campo de cadáveres, llegaron a la zanja, soportaron un momento de fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían y tuvieron que retroceder sembrando otra vez de cadáveres el campo de batalla” 1.
Diez mil muertos argentinos y brasileños quedaron tendidos en el fangal frente a Curupaytí. Las bajas paraguayas fueron exactamente de 92.
Referencias: