La memoria muerta de la matanza racista en EE.UU.

La memoria muerta de la matanza racista en EE.UU.

Por Joan Faus para El País.

Annur TV
Monday 30 de Sep.

Edificios abandonados en la calle principal de Elaine. JOAN FAUS.

 

 

La calle principal de Elaine, un pueblo de Arkansas, asusta al visitante. Parece que haya habido un éxodo tras un desastre y la calle haya quedado parada en el tiempo. Hay edificios en ruinas. Casi todos los locales están clausurados pero mantienen colocados los escaparates y las mesas, ahora inundadas de polvo. En un comercio abandonado, se anuncia que el vendedor volverá a las 4:30 de la tarde. Solo hay un coche, de la policía, aparcado en la calle.

Elaine, de unos 550 habitantes, muere lentamente, como tantos otros pueblos en las orillas del río Misisipí, que pierden población, víctimas de la mecanización agrícola y la pobreza enquistada en esta zona del sur de Estados Unidos. También muere el episodio que hace que Elaine no sea un pueblo cualquiera: el linchamiento en 1919, propiciado por disputas agrícolas, de 237 personas negras por parte de blancos. Es la peor matanza racista de Arkansas y posiblemente de EE UU.

Un negocio abandonado en la calle principal.
Un negocio abandonado en la calle principal. JOAN FAUS
 

Se estima que entre 1877 y 1950, entre los fines de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, murieron unos 4.000 negros en “linchamientos raciales” en el sur de EE UU, según una investigación de 2015 de la organización Equal Justice Initiative, que aumenta los cálculos conocidos hasta entonces. El objetivo de las ejecuciones extrajudiciales era mantener el “control racial” de los blancos “al victimizar a toda la comunidad afroamericana” ante cualquier tentación de rebelarse contra la élite blanca que regía sus vidas.

Apenas hay rastro de la masacre en este pueblo fantasma. Ninguna placa conmemorativa. Y entre los residentes, si es que existe, el recuerdo es difuso.

 
Linda Johnston, de 65 años, en su casa.
Linda Johnston, de 65 años, en su casa. JOAN FAUS
 

Eddie y Linda Johnston, una pareja blanca, de 68 y 65 años, son reticentes a hablar de la matanza. Explican que les suena, pero poco más. “A la gente de esta generación no le es familiar. Era un pueblo con prejuicios”, dice Linda en su casa, ubicada debajo de la calle principal. “¿Has venido a causar problemas?”, responde cuando se la inquiere por las relaciones entre blancos y negros, que suponen respectivamente la mitad de la población.

Como en tantos otros lugares en los alrededores del Misisipí, el río que cruza el sur de EE UU y nutre su imaginario colectivo, blancos y negros siguen viviendo separados en Elaine: los primeros al sur de la calle principal y los segundos al norte.

“Nos llevamos bien”, explica Ann Morant, negra de 52 años, que trabaja en una tienda de alimentos en la carretera que lleva al pueblo. “Mi abuela me dijo que no se quería mudar a Elaine porque tantos negros habían sido asesinados”, agrega Morant, que asegura que piensa mucho en ello. Otra dependienta dice desconocer el incidente.

 
Roy, de 48 años, vecino de Elaine.
Roy, de 48 años, vecino de Elaine. JOAN FAUS
 

Roy, afroamericano de 48 años nacido en Elaine, explica que en la escuela no le enseñaron nada de la masacre. A su lado, asiente con la cabeza Telma, negra de 70 años, que señala el lugar en el que se cree que podrían estar enterradas las víctimas: junto a unos diques que separan la zona negra del pueblo de los interminables campos de los alrededores.

Los linchamientos ocurrieron el 1 de octubre de 1919. En la víspera, campesinos negros se habían reunido con un sindicato tras meses de quejas por abusos de sus patrones agrícolas blancos a los que reclamaban mejores condiciones. Temerosos de una revuelta negra, que era la comunidad mayoritaria en el condado, un grupo de blancos trató de torpedear la reunión. Los campesinos tenían personal de seguridad. Hubo altercados y un blanco murió tiroteado.

Al día siguiente, entre 500 y 1.000 blancos armados se desplazaron a Elaine para frenar lo que describieron como una “insurrección” y una conspiración para matar a los patrones blancos. Al poco, se unieron 500 soldados, aunque se desconoce el alcance de su participación en la matanza. El resultado fue un reguero de afroamericanos muertos. Ningún blanco fue condenado por ello, pero 12 negros sí. Algunos blancos se fotografiaron, orgullos, junto a los muertos. Su acción blindó, hasta el fin legal de la segregación racial en 1964, la hegemonía oficial blanca en Elaine.

Por Joan Faus para El País.


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