La imperiosa necesidad de definir lo indio

La imperiosa necesidad de definir lo indio

Noam Chomsky ha dicho, en alguna parte, que los pueblos aborígenes están llamados a salvar a la humanidad. 

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Monday 16 de Dec.

 Para que esta afirmación tenga valor político real, se tendrá primero que aceptar que, más allá de la filosofía occidental, existen otras filosofías, independientes, que han nacido y florecido fuera de los cánones gnoseológicos de las matrices griega, romana, hebrea o musulmana. Existen en Asia, África, en el Abya Yala, ahora América y otras partes del planeta. No “para-filosofía”, no “etno-filosofía”, no “cosmovisión” o “seudo-filosofía”, sino filosofía, entendida como “un conjunto de saberes” que organizan la comprensión de la realidad, así como el “sentido del obrar humano”, según definición de la Real Academia de la Lengua.

 

El haber negado la existencia de otras raíces gnoseológicas ha sido, a través del tiempo, la forma más eficaz de quitarle la voz “al otro”, al diferente, que equivale a haberlo, no sólo invisibilizado, sino negado en sus derechos culturales, políticos y económicos. La negación de la “alteridad” es, sin duda, la raíz de los fundamentalismos y se constituye en el germen nocivo de todas las formas de colonialismo que existen. Aceptar la existencia de otras filosofías comienza a ser, en la actualidad, un acto revolucionario además de justicia histórica, cuya comprensión y desarrollo será el punto de partida de la salvación a la que Chomsky se refiere.

 

El haber negado la existencia de otras raíces gnoseológicas por parte de los colonialistas europeos fue un acto brutal de fuerza ejercido por ellos, sin excepción, para desconocer el pasado de los sometidos y borrar de su memoria todo mérito de su grandeza histórica. Durante quinientos años se ha ido elaborando, en todos los niveles, un edificio de silencio en torno a los pueblos originarios que ha sido imposible de desmontar porque, al no reconocer su episteme, no era posible demostrar su existencia.

 

Esta realidad ha comenzado a cambiar. Poco a poco vamos descubriendo que tenían otra forma de vida que, como es lógico, respondía a bases epistemológicas opuestas, en todos los sentidos, a las de Occidente. La cultura invasora no podía negarse a sí misma reconociendo méritos o valores en la cultura sometida, de ahí que su anulación es uno de los primeros actos de guerra que los colonialistas ejercen sobre los colonizados y que está simbolizado en la bárbara incineración que el cura inquisidor Diego de Landa hace de los códices Mayas y Aztecas en 1562. Con ello se pretendió borrar la memoria histórica de pueblos milenarios que habían aprendido a relacionarse con su entorno natural y cósmico y que habían organizado un sistema productivo que les permitía satisfacer sus necesidades materiales y espirituales.

 

Antes de preguntarnos si el colonialismo logró su objetivo, acerquémonos brevemente a aquellos aspectos que el colonizador pretendió destruir, primero, y ocultar, después

 

La base productiva de las sociedades precolombinas

 

Las sociedades del Abya Yala, todas, sin excepción, no llegaron a superar el nivel de desarrollo de la Comunidad Primitiva. Se han encontrado vestigios que van desde sociedades nómadas y recolectoras hasta grandes imperios organizados en torno a un colectivismo agrario, sin que en ninguna de ellas haya surgido la propiedad individual de la tierra. Fueron sociedades jerárquicas y verticales en las que la disciplina del trabajo servía de argamasa para la cohesión social. Sus jefes, reyes o mandatarios -en los imperios que llegaron a organizarse-, no sólo eran representantes de la divinidad a la que adoraban, sino que eran la misma divinidad encarnada en sus personas, lo que las convertía en sociedades teocráticas en las que la conducta de sus individuos respondía, dualmente, al miedo y al amor, miedo a la autoridad indiscutible del rey-dios y amor a su divina sabiduría y bondad. Los grandes imperios del Abya Yala, Maya y Azteca en el norte e Inca en el sur, se construyeron sobre estos pilares.

 

Las sociedades que encontraron los europeos no eran sociedades improvisadas. Por lo menos cincuenta mil años de historia les antecedían. En ese largo periodo de tiempo llegaron a dominar un conocimiento esencial de la naturaleza, la sociedad y el ser humano que les permitió vivir en armonía con la naturaleza y sus semejantes. Construyeron caminos sorprendentes, edificios y fortalezas aún más, ciudades portentosas, milagrosos complejos productivos, domesticaron plantas, conocieron el cielo en su infinita vastedad y fueron capaces de trabajar primorosamente el oro y otros metales. Crearon un tipo de ciencia que no necesitaba destruir la unidad para desentrañar su esencia, yendo del todo a las partes, respetando de esta forma el infinito sistema de procesos entrelazados que constituye, en esencia, la vida en todas sus manifestaciones. No inventaron la rueda porque no la necesitaron, ni usaron ningún animal de carga por la misma razón. Existen muchas fundadas razones para creer que conocían métodos físicos para mover grandes pesos sin utilizar maquinarias igual que para trasladarlos. Vestigios pétreos como la ciudad de Machu Picchu y fortalezas como las de Saccha Huamán, en el sur y monumentos urbanísticos como los de Teotihuacán en el norte, así lo demuestran.

 

Las evidencias físicas de estas antiguas civilizaciones son elementos que sorprenden, pero hay otros aspectos que deben sorprendernos más todavía. Tenían un sentido de justicia social, por ejemplo, que se reflejaba de manera práctica en un sistema de repartición justa y equitativa de la tierra. Su sabiduría había llegado a determinar el tupo como unidad de repartición de la tierra siendo este la cantidad exacta que un hombre en plena capacidad productiva podía trabajarla y hacerla producir. En el ayllu, que era el núcleo familiar ampliado, se otorgaba un tupu por cada miembro varón y medio tupu por cada miembro mujer, la suma de lo cual constituía la unidad productiva familiar que, a su vez, era la base estructural de la producción general del imperio, organizada de forma escalonada desde la base hasta la cúspide. Tierras comunales como las del Sol en sur América o, en menor grado, las de la familia real, eran trabajadas de forma rotativa por una parte mínima de los miembros de cada ayllu. El fruto de todo el trabajo era centralizado para volver a sus productores en un acto justo de distribución de la riqueza social. Niños, viejos y enfermos eran considerados en la distribución siempre como una parte integrante del conjunto y nunca como una carga.

 

La funcionalidad de este sistema productivo dependía de la existencia de una especie de método de contabilidad que los incas llamaban quipus. Cuerdas de colores específicos que servían para registrar y contabilizar casi todos los aspectos de la vida social. Desde el crecimiento vegetativo de la población, hasta el movimiento natural de la distribución de la tierra estaba registrado en los quipus, permitiendo que los funcionarios del imperio llevaran un registro pormenorizado de todo lo que al poder real le interesaba.

 

Todo esto era posible porque, al momento de la llegada de los europeos, como hemos dicho, todavía no se había disuelto la Comunidad Primitiva. Eran sociedades en transición a sociedades clasistas, probablemente, cuyas características no podemos imaginar en razón de la “solución de continuidad” que significó la conquista europea, pero que al momento de suceder conservaban los fuertes rasgos del colectivismo primitivo. Caso todavía más admirable en razón de que en el incario, así como en el imperio azteca, no surgió la esclavitud individual, como si sucedió en Europa, lo cual condiciona la evolución general de las sociedades occidentales.

 

Las sociedades americanas eran naturalmente comunitarias, lo cual era una exigencia del bajo nivel del desarrollo tecnológico que en ellas existió, lo que forzaba a la colaboración comunitaria, no sólo para producir, sino para vivir. Lo admirable es que la comunidad humana de entonces, desde el ayllu común hasta el ayllu real, así lo entendieron e hicieron de ese rasgo el elemento esencial de la vida social. El individuo estaba subsumido en la comunidad a tal extremo que la comunidad era una especie de individuo múltiple.

 

“Esclavitud generalizada” la llamó Marx, sin tomar en cuenta, en el caso de las sociedades pre colombinas, la cuota de amor y veneración que las masas pudieron tener por sus reyes y que los anarquistas modernos siguen analizando desde la gnoseología occidentali, lo que les niega toda posibilidad de comprensión de la lógica interna que movía a esas sociedades. Desde la seudo izquierda latinoamericana y desde el revisionismo marxista actual se incomprende teóricamente el núcleo de un problema en cuyo interior se encuentra la salvación de la sociedad humana.

 

Sociedades como las precolombinas del Abya Yala eran sociedades rituales en las que el trabajo, como actividad de vida, ocupaba el primer lugar. No existía desocupación y la ociosidad era castigada con la exclusión del individuo por parte de la comunidad. Los rituales del Inti Raymi no eran sólo celebraciones de gratitud al Sol y a la Pachamama, sino actos de reconocimiento a la fuerza de trabajo, es decir, al mismo ser humano como fuente inagotable de prosperidad y vida. Trabajar no era una obligación, era un acto de vida tan lógico como respirar o alimentarse. Las manifestaciones espirituales de mayor relevancia estaban ligadas al trabajo y como eran sociedades agrícolas a la Pachamama y por su naturaleza cósmica al Sol. Todo giraba en torno a estos dos elementos constitutivos de su cosmovisión humana.

 

Se sabe que las sociedades más equilibradas son aquellas que tienen menor número de leyes, las sociedades precolombinas se regían más que por leyes por preceptos morales y éticos que normaban la conducta de sus integrantes, sin necesidad de cárceles o lugares de “rehabilitación social”. Era la comunidad la que castigaba o premiaba los méritos o deméritos de sus integrantes. Si alguien mentía, caía en desgracia, igual si robaba o se comprobaba su ociosidad. Excluidos de la comunidad estaban destinados al escarnio e inclusive la muerte. Los castigos por esos vicios podían llegar a ser extremos.

 

En estas sociedades “Los principios de correspondencia, reciprocidad, complementariedad y ciclicidad son aspectos que deduce el pensamiento teórico moderno al estudiar el Sumak Kawsay ancestral y son los que sirven para oponerse a los de individualismo, lucro, democracia, autoritarismo y totalitarismo que prevalecen en las sociedades actuales. Ese equilibrio dinámico que ahora se impone como necesario no es, según la nueva gnoseología en ciernes, un equilibrio eterno e inamovible, sino que se da en un ciclo de duración temporal (500 años o un Pachacutik) a cuyo final la sociedad dará un salto dialéctico hacia arriba y que, en su repetición eterna, va conformando la espiral perfecta de la Historia.”ii

 

Solamente sobre estas bases brevemente pergeñadas es posible acercarnos a definir “que es lo indio”, no tanto como categoría antropológica, sino como concepto sociológico.

 

Qué mismo es lo indio

 

Dejemos claro que este concepto no ha sido ni inventado ni usado por los pueblos originarios quechuas que usaban el sustantivo runa para referirse al ser humano. El concepto indio fue introducido por los colonizadores para identificar erróneamente a los nativos del Abya Yala y, desde sus orígenes, tuvo una carga discriminatoria. Indio fue sinónimo de inferior, diferente y, por extensión, vago, sucio e ignorante. Ha sido un concepto racista impuesto a sangre y fuego que durante quinientos años fue reforzado por la conciencia vergonzante del mestizo que quiso identificarse con los sectores dominantes y no con los dominados. Detrás de esa denominación la sociedad blanca-mestiza enterró la grandeza de los pueblos originarios, razón por la cual, también es un sintagma político usado para desconocer a una parte integrante de la sociedad.

 

En razón de esto y, a pesar de esto, la palabra indio no ha podido ser tirada a la basura de la Historia y sigue siendo usada de forma indiscriminada para designar a aquello que es diferente de lo blanco-mestizo. Su obstinada permanencia ha hecho que la intelectualidad aborigen la use para resignificar su contenido y hacer de él una bandera de liberación. Y es en ese, exclusivamente en ese sentido, que en este trabajo tratamos de definir lo indio.

 

Lo indio son los remanentes vivos que quedan de las comunidades originarias. A nadie se le puede ocurrir que a estas alturas los diferentes pueblos de los Andes viven en estado puro la misma vida de sus lejanos antepasados, pero tampoco a nadie se le puede ocurrir que han renunciado a una forma específica de vida que les hace diferentes de la sociedad blanco-mestiza dominante. Ileana Almeida, citando al antropólogo peruano José Matos Mar dice que en las comunidades centro-andinas se conservan tres rasgos de su pasado histórico: “uno, la propiedad colectiva de un espacio rural que es usufructuado por sus miembros de manera individual y colectiva; dos, por una forma de organización social basada en la reciprocidad y en un particular sistema de participación de las bases; y tres por el mantenimiento de un patrón cultural singular que recoge elementos del mundo andino. En síntesis, la comunidad desciende de los antiguos ayllus andinosiii”. Esto es evidente y nadie lo puede negar, menos el Estado blanco-mestizo que tiene que repensar, en términos jurídicos, la problemática para acercarse más, en lo conceptual y práctico, a la definición constitucional de Plurinacionalidad y Multiculturalidad.

 

En resumen, para definir lo indio hay que estar claros de que sólo es posible si se acepta la idea de la existencia de una gnoseología diferente a la que ha definido la civilización occidental, esto quiere decir, otra forma de conocer, de adquirir conocimientos, cuyo núcleo central era la comprensión de que no es necesario desintegrar la unidad para develar su esencia. Esta actitud científica ante el conocimiento convertía al sistema en el cual existía en intrínsecamente justo (bueno) por lo cual todas sus manifestaciones contribuían, desde todos los ángulos y niveles, a crear la armonía necesaria para una vida plena y satisfactoria del ser humano dentro de la sociedad que es lo que ahora llamamos el Sumak Kawsay.

 

Tomando en cuenta lo que acabamos de decir se puede comprender por qué no es posible construir el Sumak Kawsay en el seno de la sociedad capitalista, porque este sistema, por su naturaleza (su episteme) es injusto (malo) lo que hace que todas sus manifestaciones contribuyan, desde todos los ángulos y niveles, a crear el caos y la desarmonía. Es este mismo sistema el que fabrica, literalmente, sus defensores, en el nivel de la producción (los empresarios) y en todos los otros niveles de la superestructura (soldados, intelectuales, sacerdotes, juristas, etc., etc.,) que lo defienden sin tener conciencia de la maldad estructural del sistema. A esta forma de organización social se corresponde la noción aristotélica del Buen Vivir, cuya esencia es el consumo, el llegar a ser, que no el estar que es la esencia definidora del Sumak Kawsay.

 

Quinientos años después

 

Quinientos años han pasado desde la llegada de los europeos a tierras del Abya Yala. El pensamiento occidental ha construido otra civilización sobre las ruinas de las nuestras. Quinientos años les han tomado a los colonizadores construir lo que ahora tenemos. ¿Qué tenemos?

 

Tenemos una sociedad polarizada que concentra en pocas manos la riqueza y distribuye “igualitariamente” la pobreza entre las grandes mayorías; que concentra en un extremo el conocimiento y en otro la ignorancia, que a unos pocos les ofrece oportunidades y a las inmensas mayorías las condena al fracaso, en la que el afán de lucro ha convertido en fieras a los seres humanos, en la que hasta los sueños se han convertido en mercancías, en la que la violencia de género ha convertido en víctima a la mujer, en la que matar por encargo es una práctica común, en la que se agrede sin compasión a la naturaleza a tal punto que la amenaza del cambio climático es una triste realidad, en la que se trafican órganos convirtiendo a los niños en sus víctimas inocentes, en la que producir droga para idiotizar a millones de personas es el negocio más lucrativo del mundo, en la que las naciones favorecidas tienen sus arsenales saturados de artefactos nucleares que en cualquier momento pueden hacer estallar el planeta, que llena de basura plástica los mares y contamina sin compasión las reservas de agua dulce, una sociedad que ha cambiado la espiritualidad por la religiosidad que es la forma de fanatizar a las masas, una sociedad sin ley y con dioses que parecen estar de acuerdo con el crimen y la desigualdad, en fin, una sociedad caótica y desordenada en la que es imposible el recogimiento espiritual y la elevación del pensamiento.

 

Paradójicamente esta misma es una sociedad de increíble adelanto científico-tecnológico. Se ha comenzado a desentrañar los secretos del micro mundo cuántico, los ordenadores personales dominan el mundo, el internet es un océano infinito de información y conocimientos al alcance de todos, la biología está a punto de descubrir los secretos del genoma humano, se viaja a velocidades supersónicas con lo cual hemos llegado a ser una aldea global y, sobre todo, existen ya tecnologías capaces de elevar la productividad del trabajo a niveles suficientes para producir más de lo que la humanidad necesita para vivir. Una tecnología que, sin embargo, no está al servicio abierto de las necesidades del ser humano, sino de los intereses privados y del lucro. No de otra forma se explica que en este año 2019 más de mil millones de seres humanos estén amenazados de morir de hambre en el mundo y pueblos enteros carezcan de un vaso de agua potable para saciar su sed.

 

Esta es la sociedad que tenemos que cambiar, de no hacerlo llegaremos a matarnos mutuamente a una escala global o, quizás, lo más probable, seremos víctimas de un holocausto nuclear. La pregunta que surge es: ¿qué tipo de sociedad puede sustituir a la actual?

 

Una corriente “pachamamista” entusiasta, soñadora e históricamente intemporal cree que regresar a nuestras raíces ancestrales significa volver a construir las sociedades precolombinas, cosa que es históricamente imposible. En el Perú, autores como R. Reinaga, en Bolivia y en Ecuador muchos de ellos levantan la bandera del Tahuantinsuyo como símbolo de vida nueva y libertad, creando la falsa expectativa de que si es posible recrear la organización social de nuestros ancestros. Esta corriente entraña un revanchismo destructivo que, en la práctica, se traduce en un racismo al revés y que, lamentablemente, encuentra asidero entre la población aborigen menos favorecida de los pueblos andinos.

 

El “pachamamismo” tiene que entender que no es posible reinventar las sociedades ancestrales por dos razones: 1) La teocracia que las hizo posibles ha desaparecido después de 500 años de colonialismo y 2) el actual desarrollo científico-técnico no se corresponde con el nivel de las fuerzas productivas de entonces, habiéndose creado ya las condiciones históricas para un cambio cualitativo del sistema.

 

Por otro lado, están las posiciones pro sistema, aquellos actores sociales que, siendo fruto del capitalismo, son sus defensores. Hay dos niveles, los que tienen conciencia de lo que hacen (las grandes potencias del mundo) y los borregos seguidores de las ideas dominantes. Ellos defienden a capa y espada la sociedad cloacal que hemos descrito brevemente en líneas anteriores, es más, son sus creadores.

 

Pero, si no es una ni otra la sociedad posible, entonces ¿qué es lo que debemos hacer?

 

El punto nodal de la convergencia histórica

 

El marxismo surge en el siglo XIX como una contra ideología al pensamiento burgués. Se constituye en la crítica más demoledora de todo el sistema capitalista desde su base económica hasta las más variadas manifestaciones super estructurales, pese a lo cual no trasciende la episteme occidental. Es un sistema de ideas que propone un nuevo tipo de sociedad, basada en la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción y la desaparición gradual del Estado y las clases sociales. La construcción de una sociedad socialista es, para el marxismo, la superación de la ley de la acumulación capitalista para ser sustituida por una ley de acumulación social que, estando en manos del Estado, permite una distribución más equitativa de la riqueza social. Lo que Marx concibió como una teoría revolucionaria para enterrar al capitalismo, las sociedades pre colombinas lo hicieron naturalmente en el marco histórico de la Comunidad Primitiva, es decir, en un momento de bajísimo desarrollo de sus fuerzas productivas. Ese es el punto que imbrica, atemporalmente, al marxismo con las sociedades ancestrales del Abya Yala. Este es el núcleo teórico que puede hacer realidad la afirmación del sabio norteamericano Chomsky de que las sociedades aborígenes salvarán a la humanidad, porque, el pensamiento de raíces ancestrales, sólo puede coincidir con lo más avanzado del pensamiento occidental, que es el marxismo.

 

No hay lugar a reconstruir el sistema pre colombino de producción, como quieren los “pachamamistas”, pero tampoco es posible sostener el actual sistema capitalista que hace agua por los cuatro costados. La solución está en rescatar aquello que se demuestra positivo del sistema ancestral y lo que se puede rescatar del capitalismo actual.

 

Esos elementos nucleares son: 1) De los ancestros: la propiedad colectiva de la tierra, principalmente; también una forma de organización social basada en la reciprocidad, un particular sistema de participación de las bases (nueva democracia) y el rescate de un patrón cultural singular que recoja elementos del mundo andinoiv. 2) Del capitalismo actual: la libre empresa individual, con límites en su crecimiento y control del Estado.

 

La fusión de estos elementos en el marco de un significativo desarrollo científico-tecnológico hará posible la creación de una sociedad equilibrada en la cual será un delito la acumulación desmedida y la injusticia social. Desde nuestro punto de vista toda intención de mejorar el capitalismo es un esfuerzo inútil, porque en su estructura está la maldad del mismo. Quinientos años después comienzan a aflorar las virtudes de un sistema sabio que dio alimento y bienestar a millones de seres humanos y que ahora sus elementos esenciales vuelven para, en una fusión dialéctica con lo más dinámico del sistema traído por los colonizadores, salvar a la humanidad. Su triunfo será dar un salto dialéctico para ampliar la infinita espiral de la Historia, siempre hacia arriba, nunca hacia atrás.

 

Esa es la dialéctica de la Historia, no otra.

 

03-12-2019,

Fuente: Alainet


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